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Atahuallpa, guerrero indígena y el último emperador del vasto y poderoso imperio de los Incas, murió en Cajamarca el 26 de julio de 1533 ejecutado cruelmente por los soldados del imperio colonial español y acusado de idolatría, fratricidio, poligamia, incesto y traición.
El joven guerrero fue engañado, traicionado y emboscado en Cajamarca lugar hacia donde acudió, ingenuo y confiado con una escolta de por lo menos 30.000 hombres.
Francisco Pizarro, al mando de 150 soldados a caballo armados de arcabuces, cañones, corazas y luengas barbas blancas, aguardaron agazapados al joven guerrero arremetiendo con cargas de caballería, tomando preso al monarca y masacrando a sus tropas.
Muerto el emperador, el imperio se desmoronó como castillo de naipes. Historiadores se siguen preguntando cómo fue que 150 jinetes de a caballo derrotaron militarmente al más grande, poderoso y avanzado imperio en la Sudamérica occidental de ese tiempo.
Los entendidos en la materia afirman, con razón, que el imperio estaba ya corroído internamente y que la llegada de los españoles coincidió con el asesinato de Huáscar por orden de su hermano Atahuallpa en plena guerra civil.
Otros historiadores dicen, con razonamiento deductivo, que fue la tecnología – los caballos y arcabuces- los que sembraron el pánico entre los hombres del monarca- creyéndolos Dioses venidos de otros mundos con super poderes.
A todo esto habrá que añadir que los invasores tenían una estrategia guerrera de conquista, inspirada tal vez por Sun-Tzu, creador de la obra "El Arte de la Guerra", cuya doctrina se resume en que la guerra es "el arte de engañar al enemigo".
Los invasores y su avanzada tecnología, aplicada magistralmente en Cajamarca, derrotaron militarmente al imperio cuyo emperador, fue engañado una vez más al ser ejecutado pese al pago del rescate en oro y plata de las dos habitaciones hasta "la altura de sus brazos".
Ahora, en pleno siglo 21, Bolivia está viviendo un proceso similar pero a la inversa y guardando las debidas proporciones en tiempo y realidad. El Presidente Evo Morales se "entroniza "en medio del fasto de las ruinas de Tiahuanaco y de los rituales ancestrales, pretendiendo "una especie de renacimiento de la figura del Inca y constituirse en cabeza del Imperio Andino Moderno" como señala Carlos Malahud del Instituto Real Elcano.
Aplicando una tecnología militar y de poder tal vez inspirada en Sun Tzu, el 22 de enero del 2006, tomaron por "asalto" el Palacio Quemado controlando a las Fuerzas Armadas y a sus mandos con sólo una medida "democrática": expulsar de sus filas a tres generaciones de generales.
Fue el equivalente a la toma del Palacio de Invierno en la Rusia Zarista.
Controlado el poder armado institucional todo lo demás hasta el momento ha sido relativamente fácil.
El Presidente Morales, por toda la alegoría y ritualidad de su segunda "entronización", empieza a ser considerado como "El Principe de Tiahuancu".
Si en Cajamarca se hubieran realizado elecciones democráticas, tal vez la historia pudo haber sido diferente.
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