Erika Brockmann Quiroga
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No es bueno explicar la corrupción y las malas prácticas en el ejercicio de responsabilidades públicas desde una mirada que divide a la sociedad entre villanos y virtuosos. Ese maniqueísmo esencialista es un rasgo del medioevo. Considerar la corrupción como una herencia colonial o virus capitalista y asumirla como "enfermedad" desconocida en tiempos precolombinos constituye una premisa que derivará en estrategias anticorrupción fallidas e injustas.
Hasta hoy, el Presidente ha sostenido esta visión de la corrupción. Sin embargo, inteligente y perspicaz como es, comienza a constatar que sus argumentos comienzan a desmoronarse ante las "gotas frías" de la realidad. La corrupción no constituye monopolio de pueblo, de cultura ni de orientación ideológica, ni de derechas ni de izquierdas; en términos políticos, no se libraron de ella los partidos políticos como tampoco lo hacen las dirigencias de organizaciones y movimientos sociales hoy empoderadas. La reproducen sin rubor.
Hace poco, el Presidente censuró la presión clientelar de los movimientos sociales alineados al MAS, exhortando con razón un cambio de actitud. Y es que las pugnas de poder institucional son cada vez mas visibles, nada éticas y menos estéticas para una nueva elite gobernante que proclama el cambio. A estas alturas, ninguna organización social debiera arrogarse la condición de ser reserva moral de la sociedad. El realismo no demagógico obliga a aceptar que la erradicación de la corrupción es una promesa utópica, pero lo que si debiera celebrarse como una paso encomiable, es asumir con verdadera determinación la prevención, sanción y cambios en la cultura política tan proclive a hacer del Estado un mecanismo de ascenso social e incremento indebido de la chequera personal.
Lo ocurrido en la aduana y la existencia de clanes populares capaces de todo para seguir viviendo del contrabando, demuestran que la reproducción de prácticas corruptas cobra rasgos endémicos. De pronto, la consigna "hora es cuando" alusiva a la inclusión y a avances en la construcción inconclusa y débil legitimación del Estado Integral, aludido por el Vicepresidente, comienza a caricaturizarse. La consigna, "ahora es cuando nos toca" capturar el poder y hacer más de lo mismo, es reflejo de una combinación perversa de atavismos precoloniales, coloniales y post coloniales.
La trilogía andina del Ama qhilla, Ama llulla, Ama suwa, es constatación del reconocimiento de la mentira, la flojera y del robo como problemas sociales reales y potenciales en la sociedad andina. El entusiasmo idealista en torno a prácticas ancestrales y comunitarias debiera atemperarse por responder , éstas, a una matriz alejada de la noción de los Derechos Humanos y de la realidad de sociedades complejas y pluriculturales. Ejemplos sobran. El ritual andino para limpiar de un "error" a un candidato observado por una inconducta y el argumento de usos y costumbres para rehabilitarlo hacen, como tantos otros casos, parte de múltiples resistencias a un verdadero cambio. Confunde y motiva al sarcasmo. ¡Y es que "Vivir Bien" no es lo mismo que "Beber Bien"! La tolerancia pluricultural de la sociedad boliviana al abuso en el consumo de alcohol debiera ser parte de la agenda de cambio. Es un reto que las autoridades originarias y no originarias debieran aceptar.
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