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La radicalidad del despliegue de ciclos militares, democráticos, neoliberales y ahora del jacobino y casi religioso proceso descolonizador, antirepublicano y postneoliberal, ratifican a Bolivia como país innovador, experimental y pendular en sus procesos. Este persistente rasgo de nuestra historia no augura cambios evolutivos virtuosos.
Comienzo recordando. El 10 de diciembre del año 2008 el mundo celebró medio siglo de vigencia de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En singular evento, se impulsó en Bolivia una jornada de lectura del texto de tan visionaria Declaración, con la idea de difundir y reafirmar la apropiación progresiva de los principios de respecto a la vida que sustenta. Han transcurrido 14 meses habiéndose desmoronado en muchos la confianza en personas defensoras de los derechos humanos que concurrieron a esa maratónica jornada a testimoniar su adhesión a la universal causa de los DDHH.
Sobran razones para este inusitado pesimismo. Otras voces, afirman que ya no hay pretexto para persistir en posturas ingenuas y condescendientes. Y es que cada vez suman evidencias empíricas e inobjetables que alimentan la sospecha de que para el núcleo conductor del "cambio", los DDHH son un obstáculo para consumar un proyecto de poder puro y simple.
Al convertirse en líder espiritual de los pueblos en Tiwanaku, el Presidente manifestó que los DDHH humanos deberían subordinarse a los Derechos de la Madre Tierra. Más tarde, al referirse a los 25 postulados del Vivir Bien, el Canciller ratificó que los derechos cósmicos asociados a la madre tierra, debían privilegiarse frente a los DDHH. A pocos días de cumplirse el mes de la nueva era política, se optó por guardar en el baúl del recuerdo no solo el legado de la Revolución Francesa (exceptuando el pragmatismo jacobino), sino también la memoria del terror sembrado por los totalitarismos del siglo XX, los mismos que inspiraron la construcción histórica y civilizatoria de los DDHH.
De pronto, la transición revolucionaria justifica cualquier transgresión deliberada al abultado, y ahora adiposo catalogo de derechos reconocidos en la nueva constitución, ¡tan publicitados en su momento! Y es que disposiciones constitucionales aparentemente inocentes y leyes secundarias priorizadas en su tratamiento, (leyes Corta y de Lucha Anticorrupción) no honran tanta parafernalia constituyente, cobrando sentido la idea de consumar un proyecto de Poder, distanciado en forma y contenido de un Proyecto de mejor País. Resulta que, independientemente de los avances de inclusión y empoderamiento de los excluidos observados, no es posible pensar en un mejor país ni en vivir bien, si la garantía de derechos se pone en duda y si como consecuencia de ello se erosiona la democracia, asumida por el discurso oficial como referencia transitoria e intrumental.
Hoy, a la luz de hechos concretos, como el anuncio jacobino de la nueva guillotina justiciera cuyo nombre legal evoca a Marcelo Quiroga Santa Cruz, sentimos como ingenua la promesa de quienes se asumían como puentes de encuentro y deliberación democrática dentro y fuera del MAS; gana terreno la lógica depredadora de dignidades, siendo más frecuentes las pugnas y purgas disciplinarias dentro del bloque oficial. Lamentablemente, este pesimismo inusual se alimenta de las certezas aquí señaladas y cuyos excesos, desvirtúan el poder y legitimidad del cambio anunciado.
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