Flavio Machicado Teran
flavio@graffiti.net
Con el estribillo cubano-comunista “patria o muerte, venceremos”, el gobierno pretende del todo subordinar a las FFAA bolivianas, despojándolas por completo de toda imparcialidad ideológica, para que rindan lealtad al partido político que – por ahora- domina en la nación. A esa coalición de fuerzas institucionales – que incluye el Poder Judicial - ahora se suma la Madre Tierra, que supuestamente vierte sus votos desde las profundidades, aportando su granito de arena mediante la destrucción de cientos de vidas e infraestructura de nuestra hermana República de Chile. En lo que representa un invisible desastre intelectual, los bolivianos permanecemos impávidos ante las grandes contradicciones en esta madre de todas las alianzas. Parece que siglos de opresión han calado profundo, derrumbando el sentido común y sometiéndonos a la más cruenta de todas las calamidades: el oscurantismo.
Cuando un terremoto quitó la vida a casi medio millón de haitianos, el movimiento tectónico fue tildado parte de una conspiración militar-imperialista de EEUU. Ahora que un sismo 50 veces mayor, acompañado de un brutal tsunami, hace estragos en la nación mejor industrializada y mejor articulada económicamente de nuestro continente, resulta que es un castigo por parte de la Pachamama, que se enoja con los chilenos por - mayoritariamente - sostener un modelo de desarrollo que ni siquiera acabamos de entender.
Cuando el evangelista Pat Robertson declaró el terremoto en Haití un castigo de Dios, por un supuesto “pacto con el diablo”, voces de la sensatez inmediatamente catalogaron sus apreciaciones como “demenciales”. Después de todo, asumir saber cómo actúa y cómo piensa Dios (o madre-tierra) solo puede ser comentario de un cándido fundamentalista que – en nombre de su agenda – dice cualquier majadería. Ahora que Chile es la victima de las fuerzas de la naturaleza, asoma su cabeza una grosera doble moral, que condena los poderes sobrenaturales de interlocución con Dios de Robertson, mientras que semanas más tarde con su silencio socapa la supuesta alianza ideologica entre un movimiento político y la madre-tierra. Dilucidar esa antípoda es perder el tiempo. Mejor esclarecer las maneras que tiene Dios, el cosmos, Gaia, madre-tierra o Pachamama, de reproducir la vida en este planeta.
El ciclo global que mantiene el equilibrio de carbono entre la atmosfera, hidrosfera y litosfera es posible gracias a que las placas tectónicas están en permanente movimiento. El proceso de placas tectónicas remueve el CO2 en los márgenes de subducción de la corteza terrestre. Además de su importancia en equilibrar el ciclo del carbono, las colisiones entre placas elevan las cadenas montañosas, revirtiendo el proceso de erosión que – de no ser por colosales colisiones que forman montañas – arrastraría sedimentos a los océanos, elevando el nivel del mar. En los miles de millones de años que este ciclo ha funcionado a la perfección, se ha evitado hundir la tierra bajo los mares. La inevitable destrucción– lejos de ser castigo – es como se hace posible la vida terrestre.
¿Cómo se “hace” posible un modelo de desarrollo envidiable? El éxito chileno es una mezcla de una apertura comercial, promoción de exportaciones y estabilidad macroeconómica. Pero en Bolivia el dogma caudillista nos ciega, por lo que no podremos ni ser justos al comparar la capacidad de Chile de lidiar con su tragedia natural, ni entender el éxito económico de un modelo gobernado por una coalición de izquierda que gobierna Chile desde 1990, incluyendo socialistas como Michelle Bachelet. Ese oscurantismo metafísico no es producto de la doble moral que nos embarga. Si somos incapaces de entender cómo se construye una vida digna y desarrollo es porque nuestra infraestructura ideológica hace siglos está en ruinas; una catástrofe social de tal magnitud que se asemeja a un desastre natural. Afortunadamente nuestros gobernantes compensan su oscurantismo mesiánico con una esotérica alianza ideológica con la mismísima madre naturaleza.
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