Guillermo Capobianco Ribera
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Ambos alguna vez empuñaron las armas para imponer sus más profundas convicciones mediante la violencia; revolucionaria el uno y conservadora el otro pero eran tal vez de la misma fibra de hombres indómitos.
Hacemos referencia a Cayetano Llobet y a Carlos Valverde Barbery.
Se los llevó la historia en estos días febriles de septiembre dejando a su paso por el mundo una huella imborrable de comportamiento insobornable al servicio cada uno de su causa por la que no dudaron de entregar, si llegara el caso, lo más preciado que tiene el humano: la vida.
Ambos desde puntos de vista radicalmente diferentes.
Cayetano Llobet muy joven aún, llegado de campos de entrenamiento de los países de la Europa liberada de la barbarie fascista después de la Segunda Guerra Mundial y Carlos Valverde el cruceñista indómito que defendió la causa orientalista con el verbo ronco y encendido desde la palestra política o desde la tribuna parlamentaria.
Ambos lucharon por la sociedad que creyeron era la mejor, la que prefiguró el desarrollo histórico de la civilización durante la primera mitad del siglo pasado.
La brillante y corajuda generación del "mirismo" emergente recuerda la figura de Cayetano en la Universidad de San Francisco Javier de Chuquisaca en los días convulsos de la Revolución Universitaria.
Coyuntura convulsa del Gobierno del incomprendido Gral. Juan José Torrez González, arma en mano conduciendo junto a sus compañeros el proceso desde las aulas universitarias.
Los que eran niños - adolescentes todavía, aprendían a disparar un viejo mauser bajo el adiestramiento del joven guerrero Carlos Valverde Barbery preparando a las nuevas generaciones cruceñas para la batalla del futuro que el siempre creyó tendría fase definitoria en la confrontación armada frente al centralismo.
Soñaba este guerrero de las cien batallas con su tierra cruceña como crisol de la nacionalidad y centro del progreso y el desarrollo nacional, él decía, como decía el patricio del pasado Don Lucas Saucedo Sevilla que "Santa Cruz aspiraba a ser cabeza de león y no cola de ratón".
Organizó las menguadas fuerzas juveniles desde la plaza principal 24 de septiembre cuando el Dr. Siles Suazo y su Ministro del Interior enviaron hordas campesinas punitivas a la ciudad rebelde que terminaron asolando y ensangrentando los campos cruceños con el sacrificio de los mártires jóvenes de la masacre de Terebinto.
Cayetano Llobet fue guerrero de las armas desde Chuquisaca, en tiempo de la época de confrontación radical y después guerrero de la pluma y del pensamiento desde las páginas de la prensa escrita y televisiva.
Ambos evolucionaron ideológicamente, la democracia tuvo la magia de acercarlos y tal vez de verlos estrecharse la mano en los pasillos del Congreso de la República después de aquel 10 de octubre de 1982 cuando el Gral. Vildoso entregó el poder a los ciudadanos y a sus legítimos representantes elegidos mediante el voto popular.
Cayetano Llobet y Carlos Valverde dos guerreros indómitos combatieron cada uno desde su visión del mundo para implantar sus ideales.
La democracia boliviana, esta que estamos padeciendo ahora, y que exige casi a gritos que aparezcan o que nazcan de nuevo guerreros de verbo y de coraje como los que partieron llevándose toda una época de nuestra historia.
Paz en su descanso en el oriente eterno.
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