miércoles, 10 de octubre de 2012

A 30 años, ¿DEMOCRACIA, para qué?

Oscar A. Heredia Vargas
docenteumsa@yahoo.es

Cuando nació Grecia, los dioses le obsequiaron el secreto de la juventud inextinguible. Uno de sus retoños pródigos, La Democracia, al parecer ha heredado el mismo don. Expresión del espíritu helénico en Ariel.

Lo que ocurre hoy se acerca, a lo de Atenas. Cuando se abolió la monarquía vino la oligarquía y el advenimiento de Pisístrato(s).

"La democracia es uno de los principales componentes de los cambios en la vida política de un país y existen distintas maneras de concebirla: Obedece a las posturas ideológicas y el contexto político social en el que se encuentra".

Hoy la interpelaremos desde la corriente crítica, que sienta sus intereses y argumentos en el contexto histórico y en particular sobre el comportamiento humano de quienes nos gobiernan, la que vincula el análisis histórico a la sociología crítica.

Hoy y como siempre, el país recuerda el ocaso de los líderes tradicionales –los que no percibieron la realidad cambiante sino su pasado inmóvil-, de dos maneras: la primera con alegría, porque todos los rechazamos y los juzgamos; la segunda con desilusión, porque siguen existiendo los que usan la manipulación, la fuerza y el autoritarismo, como armas de convencimiento.

Los gobernantes se alzan por encima de todo, utilizando su autoridad formal como la mejor forma de asegurarse que se haga lo que creen que se debe hacer, apoyados en su propia "libertad", debatiéndose entre lo moral-ético-legal y lo inmoral- antiético-ilegal, inclinándose como siempre a un lado, sin considerar que sus acciones y decisiones tienen consecuencias en el colectivo. Un colectivo desilusionado.

No hay gobernantes proactivos, constructores del futuro permanente, sólo funcionarios públicos hacedores de discursos demagógicos –hacen oír lo que se quiere oír-, quienes cultivan sobre la necedad -ignoran las consecuencias a largo plazo de las acciones y no hacen lo que se debe hacer-, de ellos mismos y de muchos de nosotros.

Su conducta nos coloca en el mismo lugar donde comenzamos, donde no convencen a la sociedad que la clase política ha cambiado, donde no luchan por mantener su legitimidad cumpliendo con lo prometido, donde no cumplen adecuadamente con su rol.

La vía del deber y la ética se bifurcan, al parecer no siempre coinciden en la mente de nuestros gobernantes. El beneficio social y el deber tampoco van continuamente de la mano.

Los bienes políticos de la democracia ya no seducen en sí mismos. El ciudadano común espera con menor paciencia cada vez que el acontecer político tenga explicaciones, aclaraciones y justificaciones del por qué ocurrieron. Ésta es, de cuerpo entero, la vida democrática. El ejercicio de la vieja política que no acaba de morir.

No sigamos en el mismo teatro, inmersos en la paradoja del comediante -Diderot- que nos advierte lo siguiente: "al actor sólo le creemos si actúa, es decir, si miente. "La democracia esta intoxicada". Es hora de cambiar el cambio "ideológico" que nada cambió.

La democracia que reclamamos, convino descubrir y combatir a su peor enemiga. A sí misma.

Asumamos lo que Immanuel Kant nos reclama y nos arenga: que los hombres somos "insociables sociables"; es decir, que "nuestra forma de vivir en sociedad no solo es obedecer y repetir, sino también protestar e inventar".

El espíritu público se debe abrir paso á través del brío de la esperanza -cual las aguas impetuosas- para que lleguemos a ser unos Clístenes -quien organizó el primer gobierno democrático en Atenas y en el resto del mundo civilizado-.

Para que luego, no clamemos como Bruto en la noche de Filipos, "Libertad: nombre vano, engañosa palabra, esclava del destino y he creído en ti".

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