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Entre los verbos aplastar, derrotar, sepultar o augurar una buena convivencia con los gusanos al adversario político, no hay mucha diferencia. Hace unos días, con parsimonia y protocolar vehemencia, se dio oficial y laica sepultura al Congreso de la República.
Lamentablemente, el entusiasmo necrófilo de algunos intenta no sólo enterrar el legado neoliberal, sino también doblegar el `ajayu´ o espíritu de la República y su impertinente independencia de poderes, entre otras de las virtudes de la democracia. Consecuentes con un anacrónico Preámbulo Constitucional que proclama el abandono del Estado colonial, republicano y neoliberal, atenuados por la intervención de la oposición saliente.
Con estos antecedentes, se entierra la posibilidad de pactos asociados a un pasado democrático al que ningún mérito se atribuye. Los expertos en epitafios no ocultan su mórbida satisfacción cuando satanizan el pasado democrático, erosionan la autoestima de actores del pasado y desprecian a la esmirriada minoría política que, en criterio de una analista, más parece un ejército sin generales.
Concluido el funeral, el año 2010 anuncia tiempos y vientos nuevos, el fin del empate catastrófico y el nacimiento de la Asamblea Legislativa Plurinacional, liberada de vestigios del pasado. Sin embargo, hay quienes pronostican el inminente retorno de espectros del pasado y de otros no necesariamente registrados en la lista oficial de enemigos del cambio. "El pasado se resiste a morir". Lo curioso es que será el destino político y ético del MAS lidiar con estos maléficos espíritus en su propia casa, entre ellos personajes de una oligarquía neoliberal arrepentida, legado del `ancien régime´.
Quisiéramos conjurar el retorno de los `levantamanos´ y de la aeróbica aprobación de leyes en tiempo récord; impedir el renacimiento del silencio deliberativo aderezado por una buena dosis de mediocridad, desearíamos tener voces inteligentes, dentro y fuera del MAS, que las hay, dispuestas a neutralizar el poder presidencial; desearíamos corregir la miopía fiscalizadora de legisladores que, en lugar de avanzar, retroceden a un pasado discrecional aún más nocivo que aquel gestado en democracia.
Los fantasmas son plurinacionales, diversos, duros de matar y resistentes al cambio. ¿Qué hacer frente a denuncias que confirman la aplicación impaciente y deformada de la justicia comunitaria? Se conoce de sanciones extremas y patriarcales a mujeres acusadas de adulterio, de excesos comunitarios traducidos en multas, expulsiones, transacciones inaceptables frente a formas de violencia sexual; en suma, expresiones de irrespeto a la vida, a la madre tierra y a la dignidad de las personas.
No es un buen comienzo para los que buscamos el cambio, el reto es para un renovado equipo de legisladores conminado a construir un nuevo Estado. ¡Qué ironía! A título de defensa de derechos adquiridos, autoridades comunitarias y campesinas se resisten a toda intervención de la autoridad pública demandando un tratamiento permisivo del Estado Plurinacional. En Cochabamba, el Defensor del Pueblo reconoce su impotencia.
Paradójicamente, el pedido de `dejar hacer y dejar pasar´ junto a la defensa de `usos y costumbres´ amalgaman autoritarismo arcaico y neoliberalismo a ultranza que, con ropaje ancestral, se resiste a morir, invade y captura el cuerpo y el discurso de sus fallidos sepultureros. La democracia, los derechos humanos, el bien común como bien mayor y los cambios que buscamos, se desdibujan gracias a la desaprensiva retórica impregnada de muerte, demagogia y sed de revancha. Hay un pasado que no descansa en paz.
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