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Si un libro de cabecera tengo, ése es "Anales de la Villa Imperial de Potosí". Conservo el mismo ejemplar que compré en mis tiempos de universitario y, a pesar de los innumerables cambios de domicilio que he tenido desde entonces, en los que inevitablemente se van dejando atrás algunos, el dichoso texto de Bartolomé Arzans de Orsua y Vela me acompaña sin desmayar. No se trata de depurada literatura, sino más bien de una crónica de gran valor testimonial del tiempo de esplendor del Potosí colonial.
Tal vez sin habérselo propuesto, el autor puede ser considerado como un estadístico que va registrando datos sobre el crecimiento poblacional y económico de esta majestuosa ciudad. Casi de entrada (1545) nos brinda una estimación de la cantidad de gente que la poblaban en ese momento: "Por septiembre de ese año, habiendo en Potosí más de 170 españoles y 3.000 indios comenzaron la fundación de la Villa, el capitán Villarroel, los dos Contentos (?) y Santardia" Ya para 1547 habla de "14.000 almas", -lo que en términos actuales llamaríamos "explosión demográfica"-, en 1611 ya mediante un empadronamiento –un censo– hecho "con cuidado y distinción" se contabilizó 160.000 almas. La última estimación hecha en el libro es la de 1701: "Se vieron en la plaza de Potosí más de 2 millones". Así de descomunal.
Solo ateniéndonos a los guarismos provistos por Arzans ya tenemos una idea de la vida en aquella zona; el conteo de los habitantes siempre ha sido una herramienta para establecer una situación y para proyectar otra. Los censos modernos amplían la información y deberían ser las radiografías más nítidas del estado de la población de una determinada jurisdicción territorial, a diferencia de las encuestas y otros métodos que son aproximaciones por muestreo que no son integrales, aunque su utilidad sea igualmente apreciable.
Un censo debe ser bien hecho y, lamentablemente, el último realizado en Bolivia, en 2001, no lo fue y es el causante del gran equívoco sobre el que se ha desarrollado un imaginario también cuestionable y una ideología aún más perniciosa: de aquel entonces data la idea de que Bolivia es mayoritariamente indígena (62% de autoidentificación étnica) gracias a una pregunta que no ofrecía la opción "mestizo(a)". Entre el censo de 2001 y el que nos tocará vivir el año próximo, dos estudios contradicen el dato: "Auditoría de la Democracia" (Seligson) en el que se señala un 64% de mestizos, dato que parece conservador frente al 73% que consigna "Encuesta sobre diversidad cultural hoy", realizada por la fundación UNIR cuando Ana María Romero –actual senadora por el MAS– era su Directora, aunque matizado con un 67% que al mismo tiempo se consideran de algún pueblo indígena.
El censo 2011, bien hecho, puede resolver tal controversia más, temo que al Gobierno no le haga mucha gracia un dato que pondría en entredicho la base de sustento de su discurso.
Abordo el asunto con una antelación prudente, pensando en que ya debería formarse un comité para llevarlo a cabo. Propongo que esté formado por los ex presidentes de Bolivia que residan en el país, por el (la) director(a) del INE y por un(a) delegado(a) por cada Gobernación. ¡Que no se diga que no lo advertí!
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