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De lo que el revoloteo Patzi deja se puede concluir que muy reducidos son aquellos que bajo miramientos de verdad, sinceridad y decencia pueden exigirle o reprocharle determinada conducta al mal viviente público. Aun aclarando que uno no es solamente juzgable cuando se es visto como individuo público (activo ó pasivo). Uno no es que deba tampoco poseer mayores grados de moral, ética, decencia o cualquier otro virtuoso valor, en el plano público; la decencia definitivamente es una disciplina enteramente personal que se perfecciona con el transcurso del tiempo. Al final del día la decencia es uno de los escasos valores, uno de los bienes más accesibles, ininterpelable, y que vale por sobre cualquier otro objeto material.
Más allá de que la factura popular (el voto, la aceptación) llegase a ser costosa…es un precio que a aquél digno que cargo se haga, le van a favorecer victorias superiores e imperecederas.
Cuando el lego desvalora la moral de lo político y discrimina la conducta indecente solamente desde lo moral o desde lo político. Es cuando uno puede responderse que el nivel de políticos, política ó silvestres artesanos de opinión llega a ser tan miserable y deplorable. Por el momento la sociedad no hace el esfuerzo mínimo para merecerse más que vicio, debilidad e instinto salvaje. La crítica y el confort no nos van a madurar cultura ni civilización, algo que la actitud aun cuanto mínima sí lo hace. Es inútil patibulizar al caso aislado sin intentar afectar la costumbre, el todo.
En general al boliviano no se le puede todavía despegar ese hábito tan débil como injustificable. Es, más que injusto, risible y patético que los compañeritos del proceso cambiario le demanden a Patzi un comportamiento reinante (quizás no tan explicito) en el total del elemento masistoide. Que más que una herencia o costumbre "cultural", les es tan propia como cualquier otro exceso de la carne y el espíritu débil.
Sin cola o mejor dicho sin ramillete de paja.
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