Flavio Machicado Teran
flavio@graffiti.net
“Ama a Lula”, es consenso en la izquierda progresista. Su pragmática capacidad de avanzar justicia social en términos reales (en vez de retórica populista), apoyando al sector industrial, brinda a la clase trabajadora brasilera una mejora tangible en su calidad de vida. Las reivindicaciones sociales obtenidas por Lula serán sostenibles en el tiempo, gracias a políticas que incentivan el intercambio comercial.
El fenómeno “Lula” es una paradoja. Su estirpe de obrero de extrema izquierda no impidió que se convierta en un estadista respetado, incluso en el mundo capitalista. Irónicamente, es el marxismo que permite entenderlo. Según la tesis del materialismo histórico, la mente de Lula estaría determinada por las características específicas de su entorno económico. Es decir, la ideología de Lula (superestructura) ha sido moldeada por las fuerzas productivas (infraestructura). Si Lula promueve el intercambio comercial, es porque Brasil es una potencia cuyo poder depende intrínsecamente de la apertura económica.
Según Marx, no fueron los 20 años de escuela política en la oposición que forjaron la conciencia de Lula; fueron los grandes avances en la infraestructura industrial. En contraste con los industriales brasileros, que producen cosas y crean trabajos, en Bolivia nuestra clase empresarial vivió de la teta del Estado, creando parásitos y rencor. En consecuencia, nuestro “mundo económico” es un gran y triste vacio, una infraestructura subvencionada por coca y gas.
El milagro boliviano, por ende, no se debe a brillantes estadistas que revolucionaron el modelo de desarrollo macroeconómico. Simplemente somos un país con gran fortuna en el subsuelo, que alimenta una pequeña población. Existen más de 20 ciudades en América cuya población es – o más grande que toda Bolivia – o equivale al 50% de nuestra nación. La población boliviana crecerá. Lo mismo no puede decirse de nuestras fuentes de ingresos.
Nuestra CPE prohíbe realizar inversiones estratégicas en promoción de – por ejemplo- turismo, como fue el caso con el proyecto de Miss Universo. Nuestros gobernantes, embriagados por su éxito electoral, siguen ilusionados con dar a luz al desarrollo económico enviando señales muy confusas a la inversión exterior. Pero no es posible estar “medio” preñado. Lula entiende esa ineludible realidad, lo cual hace que su pueblo entero lo ame; y sobre todo amen los resultados.
En Bolivia – en cambio – nos enamoran las posturas ideológicas. Por excitante la demagogia revanchista, el tiempo apremia y los resultados no se dejarán esperar. La población no estará satisfecha mucho tiempo comiendo pura retórica. Entonces surge la pregunta, ¿podrá una nueva generación de líderes aprender lo que aprendió Lula, sin la ventaja de un sector industrial que ayude iluminarlos?
Entender que existe un modelo de desarrollo superior, que requiere de mayor convicción hacia la apertura comercial; pero insistir en que nuestro intercambio exterior se reduzca a cumbres que nos hacen sentir moralmente superiores, es equivalente a mentir. Nuestro actual caudillo es un hombre noble, cuya buena voluntad raya en ingenuidad. Está flanqueado a la izquierda por el esoterismo intelectual de un romántico, cuyo fervor etno-clasista raya en nostalgia por la guillotina. El liderazgo de ambos es el dique que contiene las aguas de la convulsión social. Por importante su papel histórico, dudo que de diques pasen a duques. Serán reemplazados. Si la nueva generación entiende que Lula es mejor estadista que Chávez, “ama llulla” debe convertirse en más que un vacío estribillo populista.
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