martes, 24 de noviembre de 2009

EL FRACASO DE LA REFORMA AGRARIA Y LA MIGRACIÓN INTERNA

Fernando Davila Pinilla
davilapinillafernando@gmail.com

Expertos de Naciones Unidas han hecho un estudio sobre la migración interna en Bolivia, en sus conclusiones -que la prensa ha reflejado de manera fragmentaria- pretende mostrar comparativamente la situación económica del indígena que permanece en el campo y del que habita en los cinturones de pobreza de las grandes ciudades. Revela que, por ejemplo, los ingresos económicos de los indígenas que viven en las ciudades son 6 o 7 veces mayores que del que vive en el campo y que la escolaridad del niño y joven campesino que vive en las ciudades llega a 10 años, mientras que, de aquellos que permanecen en el campo, alcanza sólo a cinco años, etc. Este superficial análisis, lejos de tratar de encontrar las causas del fenómeno, busca mostrarlo como algo positivo porque mejora la calidad de vida del indígena migrante.

Es producto de la migración interna la aparición de grandes centros urbanos como la ciudad de El Alto de La Paz, el Plan tres mil en Santa cruz o la populosa Zona Sur en Cochabamba, donde los indígenas, lejos de encontrar una forma de vida bonancible y cómoda como pretenden reflejar los técnicos de las organizaciones internacionales, viven sometidos a condiciones muy precarias sin fuentes de trabajo permanentes y seguros, en barrios sin servicios básicos como agua, luz y alcantarillado; son los que se asimilan a la economía informal, se someten a formas de superexplotación que rayan con la barbarie y, a medida que estas concentraciones miserables crecen más, se convierten en la fuerza incontenible de imprevisibles explosiones sociales que –en los últimos años- el MAS ha sabido capitalizar en beneficio de sus intereses políticos.

La causa de este fenómeno es el fracaso de la reforma agraria que el MNR ejecutó a mediados del siglo pasado. En la perspectiva de la posibilidad del surgimiento de una burguesía agraria, parceló la parte del latifundio que fue destruida por los campesinos en occidente, salvando de los alcances de la Reforma Agraria la llamada "propiedad agraria industrial" (la que, según el léxico actual, cumple una "función económico–social"), para convertir al pongo en pequeño propietario de una parcela. El equívoco del MNR, junto a todo el nacionalismo de contenido burgués, estaba en que creyó en la falsa perspectiva de que en Bolivia se reproduciría, en pleno siglo XX, el proceso de la reconcentración de la pequeña propiedad privada para dar nacimiento a la gran propiedad privada de la tierra como basamento material del surgimiento de una nueva burguesía indígena, como sueñan ahora los Untoja, Alejo Veliz y los propios teóricos indigenistas del MAS.

Lo que ocurrió en los hechos fue al revés, las parcelas se fueron fraccionando a medida que crecían las nuevas generaciones de la descendencia indígena, ahora el minifundio improductivo hace que el campesino ya no puede sobrevivir de su parcela microscópica y otra gran masa de indígenas sin tierra aparecen por doquier a lo ancho largo del territorio nacional, tomando tierras y propiedades urbanas. Toda esta gente, al no encontrar soluciones a sus problemas materiales de subsistencia en el campo se ve obligada a migrar a las ciudades en busca de fuentes de subsistencia que, a la larga, genera conflictos sociales que se tornan en una fuerza explosiva que se da como corolario de la lucha de clases. No cabe duda, cuando el proletariado vuelva a emerger como la nítida dirección política de los explotados de este país, los habitantes de estos cinturones de pobreza de los centros urbanos serán los ejecutores de la política revolucionaria en las grandes ciudades. Lamentablemente, ahora, sus explosiones –como el último conflicto en torno a la comuna alteña o la llamada "guerra del gas" en el pasado inmediato- surgen violentas y concluyen en frustraciones porque no está presente física y políticamente el proletariado para dar contenido y dar una clara perspectiva a las luchas de estas bastas capas de oprimidos.

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