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Tan legal fue el secuestro de Edgardo Mortara, que la orden fue dada por la autoridad suprema, el papa Pio IX. Si el secuestro fue legal, la intención fue noble más allá de cualquier duda. Verán, Edgardo, niño boloñés de extracción judía, había sido secretamente bautizado. El bautizo lo había realizado una niña analfabeta, un día jugando, cuando Edgardo quedó inconsciente después de golpearse la cabeza. Al verlo inmóvil, la niña pensó que del impacto Edgardo ahí mismo moriría. Entró en pánico, no supo qué hacer. Fiel a los dictámenes del dogma dominante, hizo lo más noble: lo bautizó.
La noticia llegó al Vaticano: un niño convertido a la gloria de Jesús en manos de judíos ¡Horror! El papa Pio IX envió a la policía papal a arrebatar al niño de los brazos de su judía madre. Edgardo, bautizado por accidente, ahora pertenecía al buen rebaño y debía ser criado como tal. Más que legal, ante los ojos de los poderosos de aquel entonces, el secuestro de Edgardo era un deber moral. Bolonia, reducto disminuido de Italia, fue impotente ante los caprichos de Roma. La iglesia católica hoy abraza a todos los credos. Pero alguna vez quiso convertir a todo aquel que piense diferente. Para salvarnos, la iglesia impuso alguna vez una cruzada violenta que – aunque de muy noble objetivo – doblegó el desarrollo espiritual de minorías, justificando a la vez su dogmático aferro al poder.
No existe causa más noble que poner fin a la corrupción. La cruzada actual es mucho más sofisticada y bien intencionada que la de los poderosos de ayer. Las formas como los poderosos de hoy extraen ganancias son también más sofisticadas. ¡Tienen que serlo! Solamente los de arriba pueden darse el lujo, mientras los de abajo quedan presas del miedo. Crear cuadrillas de burócratas-empuja-papel que no coimean es una victoria pírrica. Lo triste es que el aparato está bloqueado. Al igual que Edgardo, inmovilizados por más de un "golpe", su eficiencia es secuestrada por los procesos penales administrativos que amenazan a servidores de la patria.
Sueldos bajos, usos y costumbres: las aristas son muchas. El resultado es uno: subdesarrollo. La corrupción tiene un alto costo en la economía. Pero la corrupción es también válvula de escape que permite subsanar vacios y deficiencias estructurales que – con engorrosa burocracia – hacen muy difícil hacer negocios. No es apología del delito, es un principio universal: ante mayores barreras burocráticas, procedimientos legales, trámites administrativos, mayor la probabilidad de funcionarios corruptos. A su vez, ante mayores barreras administrativas, mayor la necesidad de lubricar con unos pesitos una maquinaria estatal ineficiente. La burocracia también tiene un alto costo, un bloqueo "legal" al desarrollo.
Ante las barreras legales en Bolivia, la inversión prefiere probar fortuna en Chile y Perú. Aquellos que aquí invierten deben lidiar con el Estado de enclaustramiento mental. Las exportaciones bolivianas son detenidas por bloqueos en Desaguadero y la Plaza Murillo. Los poderosos de hoy, enemigos de la corrupción, son como el chofer que cruza el semáforo en verde, aun cuando no tiene manera de avanzar. Ese conductor legalmente bloquea la intersección, para avanzar un par de metros. Su victoria es pírrica, ya que metros más adelante deberá detenerse, seguramente ante otro imbécil que legalmente también interrumpe el fluir del tráfico. Lo que la cruzada contra la corrupción ayuda a eliminar es a la competencia, una victoria pírrica, porque el pueblo no come juicios, por "legales" que sean. Bloqueadores se hicieron del poder, para convertir a todo infiel y secuestrar nuestra economía, legalmente.
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