jueves, 29 de septiembre de 2011

AMA LLULLA

Tito Pedro Reynaga V.
wreynagavx@yahoo.es

El MAS a la cabeza de Evo Morales hizo gala de una línea ideológica que tuvo la virtud de incluir todos los gustos que la ideología populista ha puesto de moda en afán de disfrazar su proyecto de revancha para el socialismo real defenestrado por la historia en la última década del siglo XX. Es la estrategia de los revolucionarios de los últimos días. Un estilo que Marx repudiaba: mentir, engañar, ocultar y disfrazar las intenciones revolucionarias. La estrategia que el Gral. Banzer describía esto como: Prometer, prometer hasta meter… y después de metido, olvidar lo prometido. Estilo que ha seguido Evo Morales para ganar el apoyo del pueblo y hacerse dueño del poder.

Los hechos están demostrando que ni Morales, ni Linera ni ninguno de sus ideólogos y predicadores ecologistas pachamamistas se dieron la molestia de pensar en la posibilidad de poner en práctica sus discursos grandilocuentes y ofertas de cuidado, protección y culto de la madre naturaleza --algunos, como el Chato Prada y Alejandro Almaraz lo siguen haciendo, esta vez para oponerse al MAS--. No olviden que el liderato ecologista de Evo Morales fue uno de los argumentos para ponerlo en el escenario internacional y postularlo al Nobel de la Paz. Cuando prometían alcanzar pronto a Suiza en desarrollo y riqueza, no advirtieron, ni de lejos, que la industrialización y el desarrollo económico podían tomar una línea contraria al cumplimiento de sus promesas ecologistas. Un riesgo puesto en evidencia ya, y más aún en regímenes de economía estatizada y países atrasados y pobres como el nuestro. Como ocurrió con el socialismo real, cuyo estado líder, la URSS, llevó las cosas al extremo de secar el Mar de Aral (que el verdadero mar muerto, difunto) en sus afanes de industrialización agropecuaria.

¿Cómo es que llegaron a este extremo? Es que en el sistema de economía estatizada, de mercado marginado y poder concentrado, el gobierno como agente único de la economía está responsabilizado de alcanzar el crecimiento industrial requerido por la sociedad para mejorar sus condiciones de vida, como de cuidar a la sociedad y el medio ambiente entre otras cosas. En realidad, en el socialismo real todo está bajo responsabilidad del estado. Así, el gobierno viene a ser juez y parte, en esto como en otros asuntos de similar importancia. Fue en tal situación, que al privilegiar el gobierno el desarrollo económico, afanado por vencer a las potencias capitalistas, no se detuvo en lograrlo a costa de la sociedad y en desmedro de la gente como del medio ambiente natural. Al servicio de la ideología y sus mentores. Cosas que han hecho sin dubitaciones ni contrastes al tener las manos libres para hacer lo que quisieran, a capricho, sin recelo alguno al tener a la sociedad ya sometida y maniatada, sin derecho a la disidencia ni a la oposición, bajo mando del partido, la ideología y el líder únicos.

Cosas que no pasan, al menos no en igual nivel, en los países no socialistas, al estar los afanes de industrialización en manos de la empresa privada, mientras que el cuidado de la sociedad, la gente y la naturaleza está en manos del gobierno. El que desde esa posición puede evaluar lo que hacen las empresas y sus riesgos para el medio ambiente y la sociedad, y protegerlos. Es cierto que no siempre lo hacen. Porque en la práctica los empresarios suelen tener excesivo peso y dominio sobre el poder público, en situaciones no ajenas a la corrupción de las autoridades. Pero, como hay diversidad en las posiciones políticas, oficialismo y oposición, libertad de opinión, información y empresa, etc., cosas propias de la economía de mercado y la democracia representativa, alimentadas de contraposiciones y competencias, los problemas del medio ambiente en los países desarrollados son mucho menores que los que se han dado, y se dan, en los países del socialismo real.

El cuidado del medio ambiente natural es un asunto de evidente actualidad e importancia, ante el riesgo de llegar a un punto en el que el daño sea irreversible con efectos desastrosos para toda la humanidad. Pero de esto tienen ya conciencia los gobernantes como la sociedad. De ahí entre otras cosas la afanosa búsqueda de fuentes de energía alternativa, impulsada por gobiernos y la empresa privada. Buscando y encontrando tecnologías nuevas que a la vez que incrementan la productividad reducen el impacto en el medio ambiente. Cosas que ya están ingresando a la actividad económica en forma acelerada, como los vehículos movidos a electricidad e hidrógeno, la energía solar, eólica, olas oceánicas, biotecnología… De ahí el cálculo de que a 30 años la energía de fuente fósil (petróleo, carbón y gas) habrá de quedar sólo como una fuente marginal.

Cuando proyecto de poder promete cuidar el medio ambiente natural a la vez que promueve la estatización de la economía, como lo está haciendo el MAS en sus afanes de socialismo comunitario al servicio del neocomunismo, labra su propia trampa. Más aún cuando se trata de una economía atrasada y pobre, como es la nuestra. ¿Puede el gobierno darse a desviar el trazo de la carretera de modo que no pase por el TIPNIS? Técnicamente, sí. Financieramente, quizás no. Puede evitar que los cocaleros se metan en este parque y otros a sembrar coca, técnicamente sí, financiera y económicamente no. Ni políticamente. No podría llevar a decenas de miles de familias cocaleras hacia otras formas de actividad económica ni subvencionar sus pérdidas por menores ganancias en otros cultivos menos rentables, pues carece de los recursos financieros requeridos. Menos aún cuando en las condiciones actuales, la economía del país no puede negarse a contar con este importante rubro de actividad productiva, aún siendo ilegal y hasta criminal en sus nexos con el narcotráfico. ¿Puede la economía del país mantenerse indiferente ante la disminución del 3% de su PIB, que es lo que aporta el narcotráfico, según apreciación del mismo Vicepresidente? No en las actuales condiciones.

Son las limitaciones de los países pobres y atrasados. Si en nuestro país aún hay grandes zonas naturales vírgenes y bien conservadas, no es por nuestra voluntad y ancestral cariño a la naturaleza, que al parecer ya quedó en el olvido con la colonia española, junto con su tecnología, sino porque no tenemos la capacidad de extender nuestra actividad económica a todo el territorio nacional, y porque somos muy pocos. Nuestra rudimentaria tecnología y capacidad productiva no llega ha hacer daño, salvo por limitación, omisión o deficiencias financieras. Como ocurre con nuestras cooperativas mineras y el poco o ningún cuidado que tienen con el medio ambiente. O, el no tomar previsiones para no contaminar los ríos de nuestras ciudades â€"hay que ver como tenemos al Choqueyapuâ€"ni para evitar la basura y el humo en nuestras calles, contaminadas hasta con desechos humanos (como la eschericia coli de nuestros aires citadinos). Nuestras limitaciones son tales que no podemos lidiar ni con los incendios por chaqueo de nuestros bosques, que año tras año desde hace un par de décadas llena la atmósfera de todo el país de espeso y tóxico humo entre agosto y diciembre.

Problemas que un régimen como el que empuja Evo Morales no puede resolver. No, mientras el país sea pobre y esté bajo un régimen de economía en manos del estado. De ahí lo vano y pretencioso de la ideología del suma tamaña. Otro elemento más de la demagogia populista, al servicio de intereses ajenos a las naciones originarias como al país todo.

La posibilidad de tener parques como el TIPNIS, y a los pueblos indígenas en su medio ambiente y cultura, sin menoscabo de sus derechos, depende de la posibilidad de que el país desarrolle su economía y cuente con la riqueza suficiente como para financiar el cuidado del medio ambiente. De que los once (o veinte) millones de bolivianos que somos tengamos una economía plenamente desarrollada y apta para darnos un buen vivir así como excedentes significativos. Cosa que podríamos lograr utilizando no más que la quinta parte de nuestro territorio y recursos naturales. Una posibilidad que crece conforme va creciendo la ciencia y la tecnología incrementando la productividad del trabajo y los materiales. Tal como se ve con evidencia incontrastable en la situación de países de territorios ínfimos, casi sin recursos naturales, que han logrado desarrollar economías poderosas por encima aún de las potencias europeas, como Hong Kong y Singapur, cuyo PIB percápita es hoy mayor que el de EE.UU.

El desarrollo es imprescindible, porque ante un escenario de población creciente la pobreza y el atraso sólo pueden traer problemas para el medio ambiente. Sólo el desarrollo de la productividad, de la ciencia y la tecnología, permitirá dejar zonas y recursos naturales en reposo, así como paliar o salvar el medio ambiente del daño producido por la industria. En un esfuerzo conjunto entre los agentes de la economía el poder público y la sociedad.

La prédica de algunas corrientes ecologistas por frenar el desarrollo de la economía es simplemente imposible. De hecho y moralmente. ¿Quién podría exigirle al pueblo chino o indio… que no ejerza su derecho al desarrollo, a salir de la pobreza y mejorar sus condiciones de vida por esfuerzo propio? Los países desarrollados han frenado su desarrollo sin querer como efecto de la crisis de los últimos años. ¿No está generando esto un mar de problemas en sus pueblos y gobiernos? ¿Puede la economía hacerse estacionaria en un mundo de población creciente y necesidades insatisfechas en vastas zonas del planeta? ¿Podríamos nosotros, en el país, hacer estacionaria la economía? Sin embargo, hay gente que encuentra como solución una redistribución equitativa de la riqueza mundial, la que sería ya suficiente para los 7 mil millones de personas en el planeta. Pero, ¿quién haría tal redistribución? ¿Estarían los pueblos de los países desarrollados dispuestos a compartir la riqueza producida con su trabajo con otras gentes? ¿Tendrían los chinos, indios… que mantenerse en formas de producción míseras y pretéritas, para vivir esperando la subvención internacional? ¿Puede ser sostenible un escenario de esta índole? ¿Es digno?

Y, volviendo al escenario del momento, diremos que tal como están viendo y sintiendo en carne propia los masistas, no es bueno mentir, ni siquiera para llegar al poder. La mentira tiene su precio, lo mismo que la soberbia. Que el fin justifica los medios, quizás, pero no sin afectar el fin. ¡AMA LLULLA!

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