jueves, 28 de marzo de 2013

EL DÍA 23

Carlos Tony Sánchez
tonysanchez_77@hotmail.com

Después del desfile del 23 de marzo, los desfilantes de las reparticiones del Estado, solían congregarse – por acuerdo previo – en la multitud de locales de las calles laterales al Prado paceño, mismos que eran más expertos en el expendio de bebidas alcohólicas que en el arte culinario. Esto ya era una Institución. Del paso campante del civismo al remate de los mortales. Bien decían que estos locales "hervían" hasta que el alba convocaba a los parroquianos al retorno, en una lenta y dolorosa cofradía, dejando a su suerte y enlazados en los postes, a quienes proferían, embebidos y con mayor estertor que el propio Abaroa, el famoso "que se rinda".

Entonces ahí, por entre medio de la bruma del cigarrillo, se podía observar en derredor de una mesa verdeando de cerveza, pues antes las botellas eran verdes, a los funcionarios de Estado que se daban a la tarea de jugar "cacho", llamado también "generala" por los más encanecidos, vaya a saber porqué. El bullicio de los dados, el tintinar de las botellas y el salud-salud, eran tales, que aún hoy los escucho – a las veras del Piraí – a pesar de las distancias y las decenas de años transcurridos.

Allí, no se hablaba del mar, ni del amor, ni cosa parecida. Ocupábanse (los hombres, pues las mujeres "decentes" estaban resguardadas en sus casas) del próximo partido del Strongest o del Bolívar y de las recientes aventuras libidinosas de la Susanita con el nuevo jefe (pues siempre existe una Susanita (y un nuevo jefe), como Secretaria, donde sea que uno vaya) y conforme los influjos de Baco tomaban cuerpo, el sueldo bajo y los ascensos administrativos generaban agrias discusiones, interrumpidas invariablemente, por la intervención divina de alguno al espetar " ¡ya!, juguemos"… entonces los dados volvían a revolotear en la mesa, dando por finalizado el round.

Yo ya no vivo más allá, en la ínclita ciudad de El Illimani, llamada así por quienes creemos en la paternidad de la montaña milenaria, hermano mayor de otras magníficas montañas nevadas de las cuales devienen el Choqueyapu y los ríos "Jahuira" que cruzan soberanos, por arriba y por abajo, la ciudad renombrada por unas huestes de bandidos ibéricos como "Nuestra Señora de La Paz" (no faltaba más), popularizada como "Chuquiago Marka" por los fecundos Kjarkas y final e inevitablemente con el mote de "sede de gobierno", los más, desventurados.

Ya entrado en años y en contienda permanente con los lípidos abdominales, amén de la prueba mensual de fe, al considerar mis ingresos y los gastos de mis hijos y mi mujer (pese a que no es dispendiosa), me pregunto si el feriado del 23, cambió de forma o de fondo (por usar la trillada frase parlamentaria). Hoy, la palabra "festejo" es reemplazada por "recordatorio" y está bien, es más pertinente, a pesar que para los individuos que pasan 40 horas semanales detrás de un escritorio, este recordatorio le dé –comprensiblemente- pie al festejo.

Hoy prefiero hacer comparaciones, remembranzas de aquella fecha magna, empapado por el fervor cívico que renace en mi alma infantil al sonido de las marchas de bandas militares y volviendo a traer a mi memoria, los sentimientos de mi padre y mis maestros (excombatientes de otra guerra) quienes inculcaron en mí no solo la pasión por Bolivia, sino también, la xenofobia hacia los chilenos y las sardinas enlatadas de industria chilena.

Claro, ya no me permito ser xenófobo ni ignorante, pero sí, dejo que el patriotismo me invada. Lo hago porque me gusta sentir admiración por el Juancito, encarando con un fusil su destino; por el arrebato grandioso de la Genoveva abrazada a mi bandera; por el Mamani a quien solo el Hades apagara su corneta y por Don Eduardo, su Winchester y los 128 combatientes en las orillas del río Loa y en el puente más famoso de Bolivia. Este hecho es – ciertamente - más cercano a mí y a ellos; nuestros muertos más "machos" que el espartano Leónidas y sus 300 hoplitas en el desfiladero de Las Termópilas.

Y hago esto (las comparaciones y remembranzas) sentado también en una mesa, con refresco de k´hisa y mocochinchi, rodeado de mis descendientes, esperando que éstos – a su vez – así lo hagan un día, con los suyos. Asimismo advierto epistolarmente, la necesidad de la lectura y aprendizaje de la historia, como la mejor manera de evitar escuchar a los mismos espíritus mentirosos del señorío imperial y sus vasallos, que hoy y siempre, aquí, allá y acullá, relativizan y tuercen los motivos verdaderos del desgarro de la integridad territorial de Bolivia.

Y dejo que el patriotismo me nutra a pesar de los consejos anti-patriotismo de algunos insignes escritores, desilusionados por los emprendimientos bélicos de sus líderes, allá en el viejo continente.

Aquí en el Sur, decía el mágico García Márquez, que uno no es de ningún lado, hasta que no tenga a alguien suyo bajo la tierra. Y aunque el héroe del Topáter pariente mío no es, corono a él y su esposa, Doña Irene Riveros, al niño soldado Juancito Pinto, a la niña abanderada Genoveva Ríos, al corneta Mamani y todos los muertos en esa contienda, como mis antepasados. Por voluntad propia y con la mediación de las imágenes y sonidos de mi niñez y juventud.

He ahí, un viril hombre, un nombre ejemplar, que asumía la dura respuesta de sus labios como un reto a la muerte. Qué lejos está el epíteto glorioso de Abaroa, de las palabras gratuitas e insolentes de los escudados en la democracia y el apego propio a una vida disoluta y sin grandeza. Más, he allí unos niños gigantes, de un valor tan insigne que averguenzan nuestros más elevados emprendimientos. Y "elay", un músico sin más armas que la fuerza de sus pulmones, la determinación de su alma y una corneta.

Ecce hommo (he aquí el hombre) y su gloria. Aquí está nuestra historia, el vívido relato de la grandeza de hombres y mujeres muertos en combate, de los antónimos de las gentes reposadas y cobardes, refugiadas – de antaño - en sus sillas cardenalicias y sus cuentas bancarias.

El 23 es para mí, como una flor que se renueva cada año. La historia del 23 me sigue alumbrando, como faro en las tinieblas de la anarquía colectiva. La conducta sacrificial de los caídos con gloria trasciende los cielos, derrota el miedo cobarde y jala a pocos a las cumbres del Olimpo.

Hoy, erguido y en mi sano juicio, puedo vivar a los héroes de la guerra.

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