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En el Perú (nos enteran los medios de comunicación), policías, miembros del ejército y civiles de los servicios de seguridad, corretean a indígenas y mestizos reprimiendo sus protestas sobre territorio y manejo de recursos naturales.
En Bolivia (nos informan también los mismos medios), policías, miembros del ejército y agentes civiles municipales, corretean en las principales ciudades de este país a indígenas y mestizos reprimiendo la libre manifestación de una expresión cultural: las fogatas de San Juan.
En ambos casos la represión se muestra inútil. En el Perú la situación parece empeorar desde la masacre de nativos en Bagua, a inicios de este mes. Y es porque el "problema" indígena ya no se lo puede resolver con masacres y represión. Es un problema político de autodeterminación y descolonización, problema que algunos criollos – entre ellos el actual presidente del Perú- parecen impedidos de comprenderlo y resolverlo.
El caso de Bolivia es más paradójico, pues supuestamente vivimos un "gobierno indígena". ¿Cómo entender, entonces, la represión cultural desatada contra las fogatas de San Juan?
La ciudad de La Paz apareció el 24 de junio nublosa por el humo de las fogatas encendidas en la noche de víspera. En un desafío perdido por el actual alcalde, Juan del Granado, las fogatas se encendieron a pesar de la magnitud represiva desencadenada para impedirlas. El expediente presentado para esa malograda restricción fue la "defensa del medio ambiente"; razón por demás hipócrita, pues se quiere exorcizar en una noche de represión a las "contaminantes" fogatas, la polución que durante los restantes días del año provocan industrias no reglamentadas y vehículos de escapes no regulados (entre ellos la mayoría de los vehículos pesados de la Alcaldía), por solo citar algunos ejemplos.
Esta supuesta defensa del medio ambiente hace que Juan del Granado, entre otros políticos, no tenga empacho en intentar pasar a la historia como el sepulturero de una tradición cultural.
La defensa del medio ambiente, por supuesto, responde a necesidades evidentes. Es también una moda que puede ser insulsa si no se buscan las causas profundas de la contaminación. En el ámbito de corriente en boga, la defensa del medio ambiente está al mismo nivel y con la misma legitimidad, por ejemplo, que la defensa de los animales.
Seguramente existen sectores que se indignan con la muerte de animales en las corridas de toros; sin embargo resultaría insólito que, por las presiones de esos sectores, las autoridades nacionales o municipales en los países donde el toreo es vigente eliminen esa manifestación cultural.
Esa posibilidad es extravagante porque partimos de la evidencia de que autoridades y población comparten un mismo patrimonio cultural, aun cuando pueda haber diversa apreciación del mismo. No sucede lo mismo en Bolivia, donde el apego cultural de algunos gobernantes no parece ser el mismo que el de la mayoría de los gobernados. En el caso de San Juan (una muestra excelente de sincretismo cultural enraizado en sectores indígenas, mestizos y populares) hay quienes se aferran a las fogatas y quienes promueven su reemplazo por la comilona de salchichas, que vienen además con "regalos" de dijes y adornos que corresponden a la mitología boreal europea de hadas, gnomos y troles.
Esa distorsión de visión cultural corresponde a las situaciones de países colonizados. Pero, ¿cómo puede persistir esa visión si supuestamente vivimos un gobierno indígena de cambio?
Paradójicamente el actual gobierno acaba de decretar feriado nacional al "Año nuevo aymara". ¿Este hecho político contradice el análisis que arriba hacemos?
En la década de los años 80, jóvenes indígenas y algunos adultos empezaban una lucha para reivindicar símbolos andinos, en un proyecto de construcción política descolonizadora.
Ramón Conde, Germán Choquehuanca, Sebastián Mamani, Ramón Calamani, Rufino Phaxsi, entre otros, ponían orden a los colores de la wiphala e iniciaban peregrinaciones a sitios como Tiwanaku en fechas como el solsticio de invierno. Se buscaba remover la simbología profunda para rescatar valores que pudieran servir de plataforma a transformaciones sociales y políticas. Estos jóvenes seguramente no imaginaron que, con el transcurrir del tiempo, a su recreación de la wiphala otros le iban a atribuir virtudes milenarias y estrambóticas, cada vez más alejadas de la lucha social concreta.
Tampoco imaginaron que sus actos reivindicativos en Tiwanaku se iban a convertir en una "Año Nuevo" que conglomera ahora en medio de alcohol y sahumerio a multitudes que confunden el New Age occidental con la identidad cultural andina. Por supuesto, tampoco imaginaron que un presidente indígena algún día iba a decretar ese día como feriado nacional, consolidando así la frustración de un proyecto político mediante la afirmación de una especie de Hallowen Andino, que únicamente sirve para mantener los antiguos esquemas que se deben cambiar y trastocar.
De esta manera, en el actual gobierno del MAS, se reprime una auténtica manifestación cultural andina, las fogatas de San Juan, y se reivindica una recreación del solsticio de invierno como auténtica tradicional cultural, el "Año Nuevo Aymara".
En este sentido, como en otros que se ubican en los ámbitos políticos, económicos y sociales, abundan los despropósitos y la confusión. El resultado es, por supuesto, una inmediata desvalorización de los contenidos más profundos de las reivindicaciones indígenas, pero es también acicate para que éstas se recuperen y puedan ser verdaderas y definitivas alternativas de transformación.
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