lunes, 21 de septiembre de 2009

Denisse Copeticona

Carlos Hugo Laruta

Es un nombre ficticio. Pero es expresivo de una realidad social lacerante.

Los alteños sentimos una profunda tristeza ante la muerte de adolescentes colegiales, con nombres semejantes al de nuestro artículo, que ven que su vida gira alrededor del simbólico barranco en el Faro de Murillo. Son, ciertamente, la expresión más notable de los déficits humanos y urbanos de una ciudad en construcción y con mucha pobreza.

Más allá de que, con seguridad, existen más casos en otros barrios y que no tuvieron las páginas de prensa de los comentados, hay algo que está recorriendo El Alto como una nube obscura desde hace varios años y en su descomposición se quiebra en sus partes más frágiles: los adolescentes y las adolescentes nuestros, alteños o paceños, como los hijos de quienes leen la prensa de hoy.

Precisamente por ello, vale la pena preguntarse ¿qué está ocurriendo en El Alto? Hay varias razones. Sin agotar las causas, señalemos algunas de ellas. Y ya que alguien podría decir que no existe una sola sociedad o ciudad grande donde no existan suicidios o dificultades, indiquemos que siendo esto cierto, no sirve de mucho a la hora de entender las causas específicas que influyen para que eso ocurra en El Alto y actuar para tratar de evitarlo.

Una razón poderosa es la gradual desestructuración de las familias, que asume formas drásticas de incorporación laboral de las madres y padres en trabajos informales donde la ganancia es pequeña y el esfuerzo es altísmo. En muchos barrios y en ausencia de los padres, los hijos prácticamente se autoeducan y rellenan con acciones poco edificantes el espacio humano ausente de dialogo y disciplina que se fue con los padres cuando estos salieron al amanecer y retornaron cansados entrada la noche.

Adicionalmente, la vida urbana en gran parte de sus barrios, no ofrece alternativas de distracción o educación extraescolar a los y las adolescentes. No existen plazas o parques adecuados, porque están llenos de vendedoras ambulantes, por la inseguridad en ellas o simplemente –al "estilo" alteño- porque no están concluidas. Sumemos a esto que no existe un solo cine, o centros comerciales con las condiciones adecuadas para acoger a los jóvenes, ni suficientes asociaciones voluntarias e instituciones sociales, mas allá de los loables esfuerzos privados, de la Iglesia Católica y algunos de la Alcaldía, que oferten educación extraescolar con cursos de idiomas extranjeros, música, deportes, etc., etc.

Otra razón está en la insuficiencia crónica de oportunidades de educación y empleo. Cada año, más de 14.0000 estudiantes egresan de los colegios de El Alto. Bachilleres preparados en humanidades, en una ciudad donde las formas más ingeniosas de ganarse el pan del día están conectadas a emprendimientos y negocios. Si los padres de familia tienen serias dificultades para encontrar trabajo, los jóvenes y señoritas son las víctimas silenciosas del calvario de la búsqueda de una fuente de trabajo. Y si se la encuentra, es absolutamente precaria. Este es, sin duda, uno de los rostros más duros de la pobreza.

Circula un nombre por El Alto. Malestar, malestar social, que hace erupción por varios frentes. A ratos es el frente político como en octubre de 2003, a momentos tiene un dramático rostro humano como los casos comentados. No nos sorprendamos de lo que está ocurriendo. Quizá lo más importante es decir, ¿que hacemos ahora? Pues cada uno lo que pueda. Pero se requiere, sobre todo, de una gran concertación interinstitucional que realice las grandes acciones orientadas a vencer las limitaciones estructurales de esta joven ciudad. La dignidad no es ideología; tiene el rostro del pan en la mesa y la posibilidad para los jóvenes de hallar espacios y lugares donde vivir adecuadamente su juventud, mirando con esperanza su futuro de empleo y oportunidades económicas. Pero este sueño, parece todavía muy lejano. Ojala no lo esté tanto.

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