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Una sociedad auténticamente libre es aquella que no siente temor.
El temor, cualquiera sea su naturaleza, a la agresión física, a la sicológica a la incertidumbre y/o a lo desconocido es un atentado a los derechos humanos.
El no sentir temor, sino al poder de Dios y de la naturaleza, es la esencia del orden social civilizado, de las sociedades democráticas modernas y del espíritu de los hombres libres.
Cuando se ha perdido la seguridad de estar bajo el imperio de la ley y de las instituciones democráticas, se ha perdido la esencia misma del derecho a la vida plena, a la libre expresión, a la discrepancia sin revanchas, a la acción legitima sin amedrentamiento.
Es duro y triste reconocerlo: la democracia boliviana está perdiendo esa cualidad de sociedad libre del temor a la represión y a la violencia institucionalizada.
La imagen, retenida en el recuerdo, del ingreso de cientos de soldados armados como marchando hacia un campo de batalla en Cobija para perseguir y detener a un solo ciudadano, elegido por voto en las urnas, sigue teniendo un efecto psicológico disuasivo peor aún si tal demostración de poder y de fuerza se complementó con incursiones violentas a domicilios supuestamente inviolables a altas hora de la madrugada.
Veinte años duró el ciclo militar en América Latina durante los cuales esta metodología fascista era pan corriente, cobrando vidas jóvenes sólo por cometer el supuesto delito de pensar diferente.
Después llegaron los secuestros.
Los agentes aparecieron en las calles de cualquier ciudad, a plena luz del día, se los empujaba en el interior de automóviles sin placa y vidrios ahumados para trasladarlos a la capital e interrogarlos acerca de supuestos delitos.
Los agentes llegaban con mandamientos de apremio emitidos por un Juzgado cualquiera, cubiertos los rostros con pasamontañas, pistola en mano para encañonar a los investigados.
El desarrollo de la tecnología de la comunicación y de la imagen televisiva impactó de tal manera el imaginario colectivo boliviano que, desde entonces, la acción política de masas y la discrepancia con el discurso oficial fue gobernada por el temor y la incertidumbre.
Así se fue perdiendo, paulatinamente, la libertad plena en Bolivia.
Recuérdese, entre otros hechos del pasado, el 15 de enero del 81 y el asalto a la residencia de la calle Harrington donde se reunían los nueve mártires miristas de la democracia.
El temor y la autocensura social y política es una manifestación dolorosa de la pérdida de ese don natural que concedió Dios a los seres humanos que es la libertad.
Es la misma por la que lucharon y murieron, a lo largo de la historia, héroes y mártires anónimos.
Sin libertad plena, la democracia pierde uno de sus atributos fundamentales cual es la ilusión y la esperanza.de una convivencia pacifica y civilizada.
Sin libertad plena no puede existir una democracia moderna.
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