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"¡El Alto Perú será libre porque Cochabamba así quiere que lo sea!". Ruidosa en tiempos de la gesta libertaria, esta proclama bicentenaria tiene hoy una singular fuerza provocadora cuando es hora de mirarnos en el espejo de la historia y proyectar los desafíos del presente y del futuro de la región y el país. Eludiendo caer en la discusión quejumbrosa en torno al mayor o menor brillo de la celebración bicentenaria, hoy asocio el sentido de este grito de guerra nacido en el corazón mismo del hemisferio sur de las Américas a las reflexiones críticas que tan particular ocasión han inspirado.
La historia se encargó de aclarar con objetividad meridiana los límites y el verdadero alcance de esta pretenciosa consigna libertaria. Para la historiadora Itala de Maman, la contribución de Cochabamba a la construcción republicana permite identificar tres momentos decisivos: la sublevación de Alejo Calatayud en 1730, la sublevación indígena de finales del mismo siglo y la Guerra de la Independencia.
Con el tiempo, Cochabamba se destacó como centro irradiador de ideas y procesos fundacionales clave en la vida republicana, siendo generoso semillero de notables y hasta de controvertidos personajes. Fue cuna de la única y primera mujer que accedió a la Presidencia, Lidia Gueiler, y de Adela Zamudio, la poetisa solitaria que desafió al convencionalismo patriarcal de su tiempo. Cochabamba fue centro inspirador de la Revolución Nacional y, al finalizar el siglo XX, epicentro de la emblemática ‘guerra del agua’. Parafraseando la proclama de los rebeldes del valle, no estaría fuera de lugar señalar que "lo bueno y malo de la Bolivia de hoy es porque de algún modo los cochabambinos así lo quisieron".
Vista desde distintos ángulos la voluntariosa consigna que inspira esta nota, son obligatorias ciertas comparaciones. Sin recurrir a la mención de campos de batalla y grandilocuentes referencias a la lucha iniciada en 1810, es posible afirmar que "Bolivia tiene acceso alternativo al Atlántico porque un cochabambino visionario así lo quiso", me refiero a don Joaquín Aguirre Lavayén, recientemente galardonado por su contribución a la literatura histórica y al desarrollo nacional. Sus logros no son poca cosa, Puerto Aguirre y el canal Tamengo son una realidad en una Bolivia enclaustrada y que no se resigna ni abandona la cruzada por retornar a la costa perdida del Pacífico. Pocos dimensionan el trascendental impacto integrador de este emprendimiento gestado solitaria y testarudamente por un cochabambino universal, como tantos otros no necesariamente profetas en su propia tierra.
Por otra parte, si bien el valor de la "guerra del agua" fue interpelar el enfoque neoliberal ortodoxo en las políticas globales de financiamiento de servicios básicos, paradójica y lamentablemente diez años después los cochabambinos siguen sin agua y Misicuni es una promesa incumplida. Como bien afirma L.H. Antezana, las carencias y limitaciones de la sociedad valluna son reflejo de las falencias de todo el país y no necesariamente de la región.
Por ello, reclamar a Cochabamba recuperar el rol integrador que supo cumplir obliga a una actitud responsable. Para hacerlo, será imprescindible gestar un pacto social y económico, a fin de superar nuestras propias diferencias, esas fracturas y desencuentros que hoy tensionan a Bolivia y la región. Hacerlo es una obligación política y moral, sólo así podremos ratificar que "Bolivia será unida, porque Cochabamba y sus habitantes así lo dispusieron".
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