Eduardo Campos V.
eduardocamposdc@yahoo.es
La educación (de manera general) es una condición indispensable -aunque no suficiente- para que se consoliden los escenarios democráticos, se reduzcan los niveles de inequidad existentes y se alcancen niveles significativos de desarrollo económico que indudablemente, repercutirán en mejores niveles de vida de la población. Si esto es así, las políticas educativas debieran convertirse en la fuerza impulsora del crecimiento con igualdad, de la lucha contra la pobreza y de la consolidación del escenario de convivencia pacifica, antes que simples instrumentos de formación técnica e ideológica.
Vivimos tiempos en los que el sistema educativo – en nuestro país o en cualquier parte del mundo - ha perdido el monopolio de la difusión de conocimientos. Hoy se adquiere información por medio de diversas fuentes, fundamentalmente los medios de comunicación que cada vez se hace más interactivos. Sin embargo, esta nueva realidad, no debe llevarnos a suponer que la escuela (en términos genéricos) puede ser remplazada. El rol de la escuela en proporcionar la capacidad de abstracción y asegurar el dominio del lenguaje que permite la comunicación estructural, el pensamiento y la conformación de juicios autónomos. Es evidente que la escuela enfrenta retos mucho más complejos que en el pasado, porque debe desarrollar la identidad y la pertenencia para ejercitar valores que ordenen la vida colectiva y, también, debe ser capaz de reordenar la gran cantidad de información a la que acceden los alumnos, dándole un sentido crítico, orientados a principios fundamentales.
Los sistemas educativos tampoco tiene ya el monopolio de la formación Se aprende tanto fuera de la escuela, como en los hogares, los espacios de socialización (diversos y novedosos) e incluso en la actividad cotidiana. Hoy la necesidad de aprender es un requerimiento que va a acompañar a los alumnos durante toda su vida. Por ello, la enseñanza escolar de estos tiempos, debe organizarse de forma tal que la escuela proporcione a los niños y jóvenes, facultades que les permita sobre todo, "aprender a aprender", antes que memorizar y repetir.
En la actualidad, los sistemas educativos (particularmente en países como el nuestro) se mueve en una aparente contradicción insalvable, debido a que se pretende que los alumnos sean capaces de aprender dentro de una identidad cultural ligada a su región, a su nación y al mismo tiempo, participar en unos modos de vida y en unos códigos de comunicación que sobrepasan las fronteras nacionales o los confines idiomáticos convencionales. La única solución para garantizar que la escolaridad no acabe siendo una extensión puramente formal, es flexibilizar la escuela y permitir una ruptura con las visiones homogeneizantes que no hacen otra cosa que perturbar los procesos de enseñanza aprendizaje y conculcan libertades fundamentales.
Evidentemente en los últimos años se han hecho importante esfuerzos para aumentar la escolaridad en términos cuantitativos. Sin embargo, se sigue descuidado significativamente los niveles de calidad. Que los niños y jóvenes estén en la escuela, ya es un reto insuficiente, sino se garantiza resultados en la calidad de la educación, lo que implica la renovación de los programas, la modernización de las dotaciones, la preparación de los profesores, la innovación y la evaluación permanente y externa del sistema educativo.
Por otro lado, a diferencia del pasado, cuando el aprendizaje estaba circunscrito a los niños y jóvenes y, particularmente a los segmentos privilegiados de la sociedad, hoy la educación concierne a cualquier edad, a cualquier grupo social, cultural o étnico. Por lo tanto, los sistemas educativos están obligados a ser cada vez más abiertos y más flexibles, para permitir la plena incorporación a sus distintos niveles, garantizando que los grupos vulnerables e históricamente excluidos, accedan a los beneficios de la educación.
También es evidente que cada vez más se multiplican los actores de la educación y se difumina la barrera entre la formación inicial y la formación continua, la formación "formal" y la "informal", entre la formación general y la profesional. Esto lleva inevitablemente a la necesidad de una mayor incorporación de distintos actores en la gestión de la escuela. Así el sistema educativo, tiene el reto de atender a alumnos diversos con motivaciones, actitudes e intereses diferentes - lo que haciendo mas compleja la gestión - no debiera impedir el equilibrios entre participación y eficacia.
No se trata de mantener a los niños ocupados en la escuela, sino que de todos ellos alcancen unos objetivos educativos, de maneta tal que – también y a la vez – puedan integrarse a la sociedad como ciudadanos maduros y libres. Si la igualdad de resultados es la característica básica de la educación obligatoria, la igualdad de oportunidades es la característica clave en los sectores de educación superior; igualdad de oportunidades que significa que cada joven llegue tan lejos en el sistema educativo como sus actitudes o sus intereses le permitan; igualdad de oportunidades que en una sociedad del conocimiento, es un imperativo de justicia social inexcusable.
Igualmente es relevante reconocer que en estos tiempos, la relación entre educación y empleo es cada vez mayor. En ese contento, la formación de calidad se ve obligada a conjugarse con una amplia polivalencia y, por lo tanto, una gran capacidad de adaptación a los cambios constantes y cada vez más trascendentales, principalmente en el ámbito tecnológico. Sin embargo, por paradójico que parezca, en ese mundo de cambios frecuentes, la mejor formación, sigue siendo - sin duda - una sólida formación de base, fundamentalmente en los ciclos primario y secundario, que prioricen la formación humana del individuo, complementadas posteriormente, con una eficaz formación técnica o profesional que se conjugue con las demandas de la sociedad.
La calidad educativa, cobra una especial significación en la universidad. En ella se debe competir y perseguir la excelencia. No se debe olvidar que la universidad es por naturaleza un centro de ciencia y tecnología. Es bajo esa premisa que la universidad, debiera superar las viejas prácticas de dedicarse a varias cosas (muchas de ellas no precisamente académicas), si efectivamente esta comprometida con adquirir niveles de calidad Por otra parte, también es evidente que los centros de educación superiores han descuidado notoriamente los mecanismos de cooperación y complementación técnica internacional, cuando – paradójicamente - la mayoría de los temas científicos de relevancia, son inevitablemente temas transnacionales, mismos que pueden tener un alto impacto en el desarrollo del país.
Finalmente, la lucha contra la discriminación es una componente esencial de la acción educativa, porque, junto a las viejas desigualdades sociales asociadas generalmente a diferencias económicas, hoy en la escuela hay que recoger la sensibilidad respecto a nuevas discriminaciones relacionadas con la raza, el sexo, la nacionalidad o el simple padecimiento de enfermedades. En definitiva, combatir unas y otras no es sólo un imperativo ético, ni tan siquiera una posición ideológica; es también un requisito imprescindible para la cohesión social. Escuela y discriminación son y serán incompatibles, como lo son cultura e intolerancia.
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