jueves, 20 de enero de 2011

Hace 30 eneros: recordar y proyectar

Erika Brockmann Quiroga
erikabrockmann@yahoo.com.mx

Los actos conmemorativos del trigésimo aniversario de la masacre de la calle Harrington tuvieron matices diferentes. Esta sensación, personal y subjetiva, me obliga no sólo a destacar, sino también a compartir un pedacito de esta historia con los más jóvenes, aquellos nacidos durante y después de los años 80, década de la instauración de la democracia en Bolivia.

No sólo en La Paz, sino también en todo el país, los testigos directos e indirectos de lo ocurrido esa trágica tarde de jueves de 1981 hicieron escuchar sus voces para decirse a sí mismos y al país que, pese a los claroscuros de la democracia, el sacrificio extremo realizado por una generación política tuvo un sentido y significado que no debe archivarse en el olvido.

Hizo bien la Alcaldía de La Paz al declarar esa emblemática fecha como el día de lucha contra la impunidad y de la lucha por la justicia. Hizo bien al plasmar este homenaje en un gigantesco mural en la plaza del Bicentenario, frente al monoblock de la Universidad Mayor de San Andrés, que fuera la cuna pedagógica y libertaria de varios de los caídos en la Harrington.

Acertado y justo fue el homenaje que convocó a los familiares de los caídos y a la única sobreviviente del hecho, Gloria Ardaya, que 30 años después nos invitaba a superar resentimientos, a revalorizar la política y a celebrar la vida, aludiendo a otros sobrevivientes que por distintos motivos no pudieron estar presentes en esa fatal circunstancia.

En la sesión de honor propiciada por la Alcaldía, Luis Revilla recordaba que tenía apenas ocho años cuando se asesinó a la dirigencia del MIR de entonces. Sentada a mi lado, una joven de 28 años seguía con atención los relatos, la canción y las sentidas palabras inspiradas por un hecho marcado por el odio y la intolerancia que nunca deben repetirse.

Vivir con miedo por pensar diferente. ¡Qué difícil imaginar lo vivido en ese entonces!, era la exclamación silenciosa de quienes por su juventud no tuvieron la oportunidad de escuchar en vivo los acordes de la musiquita marcial que indefectiblemente precedía a un despacho noticioso de último momento en tiempos de dictadura e inestabilidad política. Más complicado aún resulta aquilatar y comprender la dimensión de lo vivido por una mujer en tiempos de represión y tortura.

Cuando el autoritarismo se resiste a ser extirpado de la cultura política nacional no tengo duda de que, pese a nuestra dispersión, somos una generación que podría escribir incontables historias sobre las batallas libradas contra un régimen que interrumpió todo esfuerzo de construir democracia y respetar la vida. Recuerdo haberme paralizado al escuchar la noticia. Un mes antes, desde el Frente de Mujeres del MIR, ayudábamos a Gloria a pasar inadvertida mientras cumplía las tareas encomendadas por la dirección nacional del partido de la que fuera parte. Eran tiempos en los que había que caminar con el testamento bajo el brazo, amenazante advertencia que no calaba en quienes, por demasiado jóvenes, no poseían bien material alguno, salvo aquel preñado de idealismo, energía y valor, al que le pusimos un nombre: "Mística mirista".

Por varias razones, la presencia y las palabras de Gloria y de otros oradores permitieron conjurar la infamia y la mezquindad con la que siempre se quiso manchar y opacar el legado de una generación política que hizo lo que tenía que hacer, al abrir la brecha que escribiría la historia de los últimos 28 años de vida democrática.

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