viernes, 11 de marzo de 2011

Respuesta al gran desastre

Alberto Bonadona Cossío
abonadona2001@yahoo.es

Un gran desastre, como es el deslizamiento que aconteció en La Paz, exige una respuesta del gobierno de acuerdo a la magnitud de la catástrofe. Pasó porque la ciudad está construida sobre cerros, susceptibles a desplomarse y puede volver a suceder en cualquier momento con más de uno de los que forman esta urbe. Las responsabilidades son compartidas, porque fue un accidente de la naturaleza sumado a la insensatez colectiva, comparado a un terremoto en la escala 9 de Richter. No es momento de buscar culpables, al fin y al cabo ¿quién quiere perder su casa y verse en la mismísima calle?

La respuesta inmediata es la adecuada para la emergencia pero todavía no se tiene una respuesta efectiva al problema de vivienda que sufren más del millar de familias. Con certeza, además de las carencias materiales, existen problemas en la seguridad de niños y adolescentes y contra el pillaje, pero, con un poco más de tranquilidad después de la crisis vivida, se organizarán las medidas necesarias.

Las dimensiones del desastre se deben medir en términos humanos y la respuesta se la debe dar pensando precisamente en los seres humanos que han perdido todo lo material que poseían. No es tan sólo una vivienda y sus enseres, son también medios de trabajo que desaparecieron bajo miles de toneladas de tierra.

El gobierno debe actuar rápidamente y declarar a esa enorme extensión de la ciudad "zona de desastre". Así, mediante un simple decreto dispondrá de dinero del Banco Central para realizar la obra gigantesca de construcción de viviendas múltiples. Esta es la forma de otorgar una solución efectiva que vaya más allá de las necesidades inmediatas que hacen nacer la solidaridad de todos los bolivianos pero que, con toda seguridad, menguará en un par de semanas.

Los edificios a construirse no deberían superar los cinco pisos, que cuenten con todas las facilidades. Departamentos dignos de 80 m2, con paneles prefabricados, pueden dar una respuesta relativamente rápida, como exige la situación, a la vez que definitiva. Cada uno de estos departamentos cuesta cerca de 20.000 dólares. Si son 1.000 familias las afectadas, tan sólo se requieren 20 millones de dólares para construir estos edificios. No se trata sólo de propiedades horizontales sino de una urbanización con aceras, calles y avenidas asfaltadas, servicios básicos, escuelas y otros edificios de uso público, que duplican ese monto hasta los 40 millones.

Por primera vez en Bolivia se pueden destinar recursos propios a generar un programa de vivienda de grandes alcances que incluso permita el desarrollo de una nueva industria con proyecciones aún mayores que el momento precisa. No será un regalo sino que se deberá establecer un plan de financiamiento con plazos de 40 años e intereses del 1% anual. Los damnificados pueden empezar a pagar con el trabajo de su propia vivienda u otras formas asequibles. La magnitud de la obra abre posibilidades de trabajo a muchos de ellos que no lo tienen. Si se piensa en grande, esta es una forma de contribuir, mutatis mutandi, al serio problema de vivienda que existe en Bolivia y puede ser también la forma de hacer barrios atractivos y seguros para que se muden los que viven en vilo en épocas de lluvia.

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