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La polémica en torno al proceso de elección de 56 magistrados de distintas instancias del Órgano Judicial tiene aristas y etapas que siembran más confusión que certezas. En medio de ella no debiera perderse de vista que el 'bien mayor' que busca este esfuerzo de construcción institucional es sentar las bases para el logro de una justicia accesible e independiente de la influencia deformadora de poderes políticos, económicos y de grupos de presión social o 'comunitaristas' que, de tanto en tanto, intentan doblegarla. Como en el pasado, tras algunas buenas intenciones que degeneraron y se deslegitimaron, la nueva iniciativa experimental hace aguas al reproducir de modo entusiasta los vicios antes cuestionados.
Todos están de acuerdo en que semejante desafío debiera confiarse a un plantel de personalidades, hombres y mujeres, cuya trayectoria, capacidad, idoneidad y honorabilidad en la administración y lucha por la justicia estén fuera de toda duda.
Lamentablemente, la preselección de las 125 candidaturas a los máximos tribunales de justicia del país y el Consejo de la Magistratura no tomará en cuenta criterios de mérito, que fueron eliminados del reglamento recientemente aprobado por la mayoría oficialista. Y es que la valoración integral del mérito, que abarca cualidades de orden ético así como dimensiones de la inteligencia social, emocional y autorreflexiva, no pasa por un simplista y publicitado examen de conocimientos del Derecho o la acumulación de títulos académicos.
El MAS ha optado por la subordinación de los principios de excelencia 'meritocrática' a los principios de un igualitarismo a ultranza. El mérito, asociado al virtuoso conocimiento y ejercicio del Derecho, es más bien motivo de sospecha por ser producto de la deformación y dominio del Estado colonial y neoliberal. La excelencia sería expresión de una historia de privilegios excluyentes. Argumentos basados en odiosas generalizaciones no faltan –"los doctorcitos, arrogantes y sumisos al poder, poco o nada hicieron"– y si de hacer justicia se trata, no hará diferencia que la conduzcan los antes excluidos y, por ende, víctimas de un sistema que debe desmontarse. El igualitarismo es fuente de nivelación hacia debajo de la media.
Desde esta lógica, la mediocridad, la falta de ilustración y las consiguientes limitaciones impuestas a los medios de comunicación a la tarea de informar hacen parte de un combo indisoluble.
El igualitarismo 'mediocrático' se contrapone a la noción de libertad, al reconocimiento del talento y del esfuerzo individual. El arte de gobernar es buscar el sabio equilibrio entre ambos. Minimizar los riesgos de subjetividad y sectarismo político solo es posible a partir de la construcción consensuada de parámetros de orden académico, institucional y social de quienes,directa e indirectamente, tuvieron que ver con el ejercicio correcto de la justicia y el análisis de las injusticias y debilidades del sistema. Ello hace ineludible la referencia y ponderación del testimonio de trayectorias idóneas de vida y ejercicio profesional.
Concluyo recurriendo a una frase atribuida a Bella Abzug: "A la verdadera igualdad se va a llegar no cuando una mujer Einstein sea reconocida tan rápido como un hombre Einstein, sino cuando se ascienda tan rápidamente a una mujer torpe como a un hombre torpe". Esta ironía feminista, ¿vale para el desafío de construir la máxima instancia del Órgano Judicial en Bolivia? Definitivamente 'no'.
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