lunes, 5 de diciembre de 2011

Raúl Loayza Montoya

Julio Ríos Calderón
jrioscalderon@hotmail.com

Han transcurrido dos meses desde aquel aciago día de octubre de 2011 pasado, cuando el cuerpo sin vida de Raúl Loayza Montoya se elevó desde La Paz hasta el cielo, dejando entre nosotros la inmortalidad del recuerdo del amigo que tuvo sobre muchos títulos el de un Señor, donde no abundan los señores.

Por mucho que nos haya unido con él un sentimiento muy íntimo de solidaridad fraterna, ante su muerte no podemos resignarnos a sumergirnos en aquel silencio, aconsejado por la sabiduría brahamánica, en cuyo fondo de aniquilación es posible participar de la unidad, donde para los seres juntos en la vida, se desmorona el muro de la muerte física y se restablece el sentido unánime de nuestro destino de átomos. Hay evidentemente entre esto y aquello, una penumbra de eternidad a la que no es accesible la palabra, ni aún el pensamiento.

La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vida sí que nos los roba muchas veces y definitivamente.

A "Rulo" lo quisimos mucho en vida -hoy en la eternidad lo querremos siempre-, porque fue bondadoso, como ser humano, y excelente como amigo. Tenía un corazón tan grande que Dios acomodó ese corazón suyo.

Recordaremos a "Rulo", como al Padre y el esposo modelo. Lo recordaremos, como el amigo minuciosamente honesto porque más allá de cualquier circunstancia existía en él un profesional y un gran defensor, en su momento, del proceso democrático boliviano.

"Rulo" fue un hombre íntegro, nítido, sin bajezas, sin odio, sin maldades ni rencores en su legajo. Esa actitud generosa de depositar en cada ruta una impresión que ensanchaba su nombre.

Nació en La Paz y estudió Economía. La política fue su vida y se entregó alma, vida y corazón.

Su esposa Susi y sus hijos a quienes la ausencia de "Rulo", entibiará la relación profunda que mantenía, recobrará fuerza cuando ellos, al recordarlo, sabrán que él fue el único que los amó hasta cerrar sus ojos.

El recuerdo de "Rulo", del que no podemos ahuyentar la amargura, nos impone ser fuertes para seguir luchando y para aceptar nuestro destino con dignidad y sin temor, ahora y en la hora de nuestra muerte.

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