Miguel Fernando Crespo Valdivia
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Intente llegar a tiempo pero no pude. Había cientos de mandiles blancos parapetados en medio de la calle. El recorrido de los vehículos era verdaderamente insoportable, lento, además de ruidoso. Prácticamente no se movía ningún minibús, taxi o auto particular. Solo las motocicletas tenían éxito. Era tal la lentitud, que se podía escuchar las conversaciones del vecino con música chicha o folclórica de fondo.
Aquellos que vivían cerca, o tenían buenos zapatos, caminaban rápidamente pero con mucha dificultad. Las aceras estaban llenas a medio día. Entre miles de ciudadanos a pie y cientos de vendedores ambulantes por falta de empleo, el recorrido habitual de los caminantes se observaba insoportable. Para colmo de males, después de hora y media para recorrer unas cuantas cuadras, aquellos uniformados de verde olivo con tiras fosforescentes desaparecieron dejando a los semáforos totalmente inútiles. Sin sorprenderme, me pregunte si los sub oficiales eran cómplices del mal momento. Sin poder responder cambie mi música por el informativo de medio día. Después de muchos minutos y varias bocinazos, llego la hora del almuerzo y el mal humor colectivo no pudo solucionar nada. De hecho, continúo el bloque de las mil calles a vista y paciencia del público.
Sin duda, los bloqueos siguen de moda a pesar de las advertencias y su incidencia en la economía. En esta ocasión, nuevamente la tradición del caos se impuso en nuestra habitual convivencia. Agarrando el volante y escuchando pacientemente las noticias observe cómo algunas vagonetas con sirenas y vidrios oscuros tienen privilegios. En medio del caos, nunca faltan aquellos conductores totalmente avispados que deseaban ir a sus reuniones u hogares cometiendo infracciones a fin de evitar el bloque. Pero, en este caso las acciones en contra sentido empeoro la situación de miles de conductores y sus respectivos pasajeros. Una nueva pregunta me invadió al ver tanta pasividad y algunos avispados: ¿Cuándo desaparecerán los pendejos?
En esta ocasión no fueron campesinos y/o indígenas los bloqueadores. Tampoco fueron amas de casa con garrafas o estudiantes universitarios que desean más presupuesto para mejorar su limitada educación o choferes sindicalizados enardecidos pidiendo nueva tarifas. Esta vez fueron médicos. Es decir, doctores que han jurado salvar vidas en la medida de sus posibilidades.
Lo curioso del caso es que los doctores lo anunciaron con días de anticipación. Sin seguir el slogan de patria o muerte, los médicos se organizaron con la intensión de mantener su jornada laboral en menos de 40 horas semanales cuando la salud pública necesita mucho más. Pero, en este contexto tan particular y caótico, lo verdaderamente sorprendente fue la incredulidad de la población, la cual subestimo este movimiento nada justo y menos heroico. Acostumbrados a las marchas esporádicas sin sentido y los discursos sindicales, posiblemente medio millón de personas fueron afectadas esta mañana. Efectivamente, en medio de algunos fuegos artificiales, muchas pancartas y aplausos obligados entre pares en cada esquina, los transeúntes y conductores estábamos exhaustos y sorprendidos por la movilización corporativa y sus demandas totalmente extravagantes.
¿Que sigue después de esta manifestación pública tan radical? Pues no lo sé. Por lo general, las partes en conflicto entran en razón y negocian. Es más, creo que tratan de evitar las confrontaciones y los insultos, además del colapso de los servicios. Creo, que después de mostrar los músculos y su retorica, además de su fuerza organizativa, debería venir algo de armonía con signos de paz.
Que el bloqueo de las mil esquinas tuvo éxito no se discute. Mi higado es testigo del éxito. Que la percepción del ciudadano a pie haya cambiado con el bloqueo es totalmente discutible. En mi humilde opinión, después de esperar tantas horas, llegar tarde y no comer, el bloqueo confirma mi percepción de que algo no funciona en nuestra sociedad. Que la lucha sindical en la calle esta colmando la paciencia de miles de ciudadanos. Que estas demostraciones de fuerza sindical y revolucionaria esta llegando al sin sentido.
Mas que cambiar mi opinión sobre lo justo o injusto de las horas laborales de los médicos, confirma mi percepción que la anomalía nos ha invadido y se ha hecho costumbre a vista y paciencia de todos nosotros. ¿Hasta cuando soportaremos esta pasividad? Pues, no lo se, pero intuyo que la tolerancia tiene un limite.
Sin duda, la guerra de guerrillas en cada esquina tiene otro trasfondo, pero por favor, déjenme llegar a tiempo. Dejen de incidir en mi economía, que así empieza el colapso al cual todos tememos.
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