Miguel Fernando Crespo Valdivia
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Después del almuerzo empezó la trifulca. En esta ocasión, los discapacitados se fueron directo a la Plaza Murillo. Abatidos por el largo recorrido desde el trópico, decidieron solicitar al Presidente que cumpla su palabra. Pero llego una vez más la instrucción habitual. Nadie, menos los sediciosos, debían pasar al kilometro cero. Es decir, los marchistas y sus justas aspiraciones no eran bienvenidos.
Para resguardar la integridad del Presidente, desfilo una tropa de mujeres vestidas de verde olivo. Pero esta fuerza de persuasión no fue suficiente. A simple vista la fuerza moral de los discapacitados era de temer. Por ello mismo, alrededor del palacio quemado se atrincheraron los expertos en represión, todos envalentonados al ver las diferencias de habilidad manual, pedestre y motriz de sus oponentes.
Al acercarse los discapacitados, la policía advirtió a los sediciosos de su superioridad numérica y las instrucciones de represión en caso de insistir. Pero, la multitud ya habían recorrido más de mil kilómetros con apoyo de la sociedad y había esperado pacientemente alguna señal de justicia. En vista de la indiferencia, algunas migajas otorgadas y la realidad económica de los desafortunados, había suficientes razones para insistir que el presidente cumpla su palabra.
Esta vez se uso tecnología de punta. A fin de protegerse, los uniformados usaron escudos de plástico, cascos, botas y algunos chalecos anti balas. En vez de un laque o gas lacrimógeno se opto por descargas eléctricas y algo de gas pimienta. En cambio, los oponentes se movían en sillas de rueda, con muletas o bastones a puro musculo. En medio del recorrido, la fuerza moral de los discapacitados crecía a cada instante.
No sé si Neptuno estaba presente, pero muchos "toritos" si estaban en primera fila. Al intercambiar demandas, las botas empezaron a rozar las canillas y todos se fueron a las manos. Luego, en el suelo, fueron maniatados todos aquellos que no podían escapar. En medio de la violencia se observaba una cobardía inusual. Se golpeaba con placer a los más débiles, a aquellos que no podían moverse ni reclamar.
En medio del escándalo algunos oportunistas y otros tira sacos amigos del régimen aprovecharon el momento. Cada cual apuntaba al otro tratando de enseñar el origen de la violencia. Felizmente, el momento fue filmado y fotografiado. Pero en plena trifulca verbal y acusatoria, el público y los reporteros estaban estupefactos con la excesiva violencia emprendida por la policía. En medio de las palizas se escuchaba gritos de dolor y de impotencia por no ser iguales. De hecho, la represión fue tan brutal como cobarde. Acostumbrados al mal trato, algunos parapléjicos se defendieron sin vacilar enfrentándose de igual a igual (sin serlo). En cada mente estaba Yucumo y las instrucciones presidenciales para impedir que los indígenas hagan historia.
Persuadidos a golpes, quedaron desnudos insistiendo que el presidente cumpla su palabra. Pero, parece ser que los recursos prometidos se esfumaron. En vez de apoyo y solidaridad con los vulnerables, los de turno prefieren discursos, baile, más cantos de revolución y, sobre todo, más palacios y helicopteros.
Sin duda fue un jueves triste por la cobarde represión del Gobierno a personas discapacitadas. Pero el viernes fue igualmente triste al saber que hay personas que encuentran esta represión totalmente justificada. ¿Que nos espera en el futuro inmediato? No lo sé, ni quiero imaginarlo. Pero los que ganaron la batalla fueron los minusválidos. En toda esta trifulca, quedo claro que el discurso perpetuado por el Movimiento al Socialismo solo fue discurso y que el respeto a las minorías y/o grupos más vulnerables ya no existe.
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