"El gobierno nacional no va a trabajar con ninguna fuerza política de la oposición, porque esa fuerza política solo roba, solo engaña. Necesitamos autoridades que amen a su tierra que trabajen con el gobierno".
Estos ruidos semánticos que provocan los mensajes masivos del populismo, esa disparidad de significados manejados entre el emisor y el receptor han erosionado la confianza entre el Movimiento al Socialismo y el pueblo, porque sus mensajes no se adaptan a las necesidades del mismo. Sin duda, el aprendizaje es un proceso, a veces largo, pero necesario de transitar, para madurar y no ser víctimas de la manipulación.
Los políticos sin ideales ni principios, manipulan para avanzar. En Bolivia resultó fácil la manipulación del miedo en una población hastiada por la corrupción, de la otrora clase política, donde el actual partido gobernante aprovechó este sentir popular para devaluar la imagen de toda voz opositora al régimen populista que tomo el poder, con un discurso demagógico de respeto a los derechos humanos y la inclusión de la clase indígena marginada en la toma de decisiones político económicas del país. Este estrategia eficaz en una sociedad desinformada de su realidad, los hizo perder el sentido de su discurso inicial y caer cínicamente en la repetición de la corrupción, y los males que esta conlleva. Además, la soberbia del éxito los llevó a subestimar la inteligencia emocional del receptor, que tiende, a usar la credibilidad del emisor como una guía para la aceptación o rechazo de un mensaje. Esto, está demostrado en los resultados de las elecciones nacionales a Gobernadores y Alcaldes, donde el MAS tuvo que volver a aplicar las trampas del poder para someter los espacios, perdidos democráticamente.
La credibilidad, señores políticos, es un elemento vital en el carácter persuasivo final de la comunicación. Es así que los discursos vulgares del populismo gobernante comienzan a resquebrajarse a sonar vacíos para un pueblo que no renuncia a la evolución humana y en esfuerzo continuo trata de adaptarse a la naturaleza, que evoluciona a su vez; sin dejar al margen la ética que debe acompañar todo cambio social, económico, pero sobre todo, político.
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