lunes, 17 de agosto de 2009

Juan Quesada Valda

Por Julio Ríos Calderón
jrioscalderon@hotmail.com

Era muy conocido en todo nuestro país, y otros del mundo. La noticia de su muerte recorrió velozmente para avisar a todos sus amigos que debían colocar crespones negros en sus balcones, vestir de luto y elevar oraciones a Dios por Juan, por este hombre bueno y sencillo que hizo mucho por Bolivia. Nació en Sucre, pero muy niño se trasladó a Potosí. ¡Juanito fue más potosino que el Cerro Rico! Estudió en el "poderoso colegio Franciscano", que hace poco celebró un importante aniversario, y estudió en la Universidad Tomás Frías. Amigo de profesión, con maestría en la construcción de hoteles y doctorado en "perseverancia hotelera", dio a luz en el Salar de Uyuni a un establecimiento referido como "el más raro del mundo". Antes creó El Tambo en las afueras de Potosí City, y permitió que muchos turistas degustaran la mejor comida en su restaurante "El Mesón". Ocupo con absoluta justicia el Viceministerio de Turismo, el más alto cargo que un operador de este rubro puede ostentar, y fue candidato a Alcalde por la ciudad de Potosí.

Cuentan que en España, ante más de un centenar de personas –todas ellas operadoras reunidas en una magna reunión de Omvesa–, dió la lección de corte de carne hasta dejar asombrados a sus colegas internacionales. Temerario, también, ¡ay!, si pudiéramos narrar cómo en 1989 no dándose cuenta que ingresaba por la parte trasera de Los Tajibos en Santa Cruz, se lanzó cual mejor nadador a la piscina de niños. O en Londres al río Tamesis. Si algo le caracterizaba era su absoluto desprecio al peligro. Si algo le caracterizaba fue la imaginación y el ingenio. Podía adecuar un stand en una feria con cuatro cosas locas, y ganar el premio al mejor stand. Podía darnos su camisa, así fuese la única.

Tuve el privilegio de compartir con él la habitación que la FIT 2009 nos consignó del 12 al 15 de Febrero de 2009 en Los Tajibos. Recuerdo que le regalé mi libro "La Triada de la Mosca" que Juan se lo leyó en tres horas de insomnio. Se había dejado crecer el cabello y tenía unas barbas algo blancas de profeta bíblico. Había siempre en él esa simpatía cálida, esa falta total de la pretensión y de las poses que casi inevitable vuelven insoportables a los hombres de éxito. ¡Cómo duele lo acontecido, en este después trágico como su muerte, inconsolable, incomprensible! ¡Cómo duele haber abrazado a su tan tierna madre, como si fuera la mía!

Por eso me duele mi computadora y me duelen las teclas de la misma cuando escribo la crónica de su partida, y no la de otro logro. Me duelen las piernas y los pies como si hubiera ido a Potosí caminando para ver a mi amigo. Me duele recordarlo en 1978
–ambos teníamos 22 años–, cuando Don Ernesto Siles Gómez, me presentó a su sobrino político, Juan Quesada Valda, en el Banco de Crédito Oruro, y Juan me reveló en secreto que el tío fue hijo del ex –Presidente Hernando Siles Reyes, secreto que fue revelado oficialmente en el libro de Siles Salinas "El poder y la angustia". Me duele el corazón que cada día muere un poco cuando se muere un amigo.

Y como el alma no muere, se conoce que hay otra vida después de la muerte. Sólo entonces no ahora, comprenderemos tantas cosas que nos son inalcanzables. Ese día nos reuniremos con nuestro hermano Juan, para comprender tantas cosas que hoy nos son inalcanzables. Mientras tanto los recuerdos en torno a todo lo que construyó serán verdaderos homenajes de quienes quedamos en este sinuoso e inquietante camino de la vida. Juan deja el ejemplo de lo que es hacer obra, deja la temperatura de una amistad de miles y miles de amigos y colegas que hoy lloran su paso al Cielo, donde el supremo hacedor ya le tiene reservado construir –en los espacios eternos de la inmortalidad–, un "insólito hotel".

2 comentarios:

  1. Yesid Chacho Mariaca18/8/09, 9:13

    Juan Quesada Valda???
    Moderardor no mamssss!!!

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  2. Yesid Chacho Mariaca? Quien demonios será usted que ignora la personalidad de Quezada, especialmente en mi departamento Potosí. Me extraña su indolencia y poca humanidad.

    Remberto Dick

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