sábado, 3 de abril de 2010

LA AMENAZA FANTASMA

Emilio Martínez
acutangulo@yahoo.com

El MAS es una cierta amenaza institucional, por la destrucción sistemática del Estado de Derecho y la judicialización de la política, pero no es en este momento -y en el caso específico de Santa Cruz- una amenaza electoral.

Varios datos abonan esta tesis, comenzando por la reciente deserción de Evo Morales del acto de cierre de campaña masista en Santa Cruz (claro síntoma de que no se apuesta con seriedad por la candidatura de Jerjes Justiniano) y siguiendo por la patente debilidad de la propaganda electoral oficialista en el departamento.

Las encuestas también confirman que la intención de voto de Jerjes Justiniano estaría mucho más cerca de los porcentajes históricos alcanzados por el partido de gobierno en el departamento en los comicios en los que Evo Morales no ha sido candidato (25% en las prefecturales del 2005, 26% en las elecciones para la Constituyente) que de la votación lograda por el presidente en diciembre de 2009.

Curiosamente, quienes hicieron posible el avance estratégico del MAS en el campo institucional, facilitándole las cosas con el Revocatorio, guardando un ominoso silencio ante la prisión de Leopoldo Fernández, congelando la implementación del Estatuto Autonómico y coqueteando con la nueva Constitución, esgrimen ahora el riesgo de un hipotético triunfo del oficialismo en Santa Cruz para instalar una ficción de voto útil. Es la amenaza fantasma.

Para completar el sofisma, se habla de la necesidad de contar con determinados porcentajes y números de bancas que permitan contener el avance masista, sin explicar por qué no se hizo nada para frenarlo cuando se tenía el 100% del Consejo Departamental o el 86% de la votación, lograda el 4 de mayo de 2008.

Todo indica que para frenar la amenaza real del MAS, el riesgo institucional arriba descrito, se necesita algo más que la mera reiteración de los mismos actores políticos que se funcionalizaron al gobierno. El verdadero voto útil parece estar por otra parte.

El 4 de abril todavía puede servir para sembrar la semilla de un nuevo liderazgo, que se mantenga en pie cuando caigan las estatuas de barro.

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