jueves, 13 de mayo de 2010

LA VIOLENCIA POLÍTICO SOCIAL ESTÁ EN LA SANGRE DE LA ECONOMÍA ESTATIZADA

Tito Pedro Reynaga V.
wreynagavx@yahoo.es

Luís F. Ortiz (1), nos ha dado una brillante introducción para considerar la creciente violencia que viene desatándose en Bolivia, para la aflicción del gobierno de Evo Morales y de toda la población.

¿Por qué el enfrentamiento social y político aparece tan frecuentemente en las páginas de nuestra historia? ¿Por qué hoy vuelve, esta violencia, sin respetar los ideales del gobierno: de llevar al país a la revolución socialista?

Veamos. Como bien dice Ortiz, puede haber un fondo propicio a la violencia en la naturaleza biológica humana, producto de su evolución, pero, esta propensión requiere de condiciones para desatarse. Condiciones económico sociales y culturales.

¿Cuáles son, entonces, esas condiciones en nuestro país, que nos lanzan recurrentemente a la violencia, al enfrentamiento social y político? ¿Por qué no ocurre lo mismo en los países europeos o Japón o los EE.UU. o Chile, tal como se puede entender de los noticiosos y diarios?

Desde nuestro punto de vista, las condiciones que desatan la violencia social y política en el país corresponden a las estructuras sociales sobre las que vivimos. Ocurre que en Bolivia, desde la Colonia española, la política y el control del poder han sido la principal vía o modo de acceso a la riqueza y el prestigio. De ahí la institución de las encomiendas y repartimientos como la mita coloniales, asentados en el dominio político militar establecido por los españoles, y otorgados por el rey. Ya entonces, era desde el poder que se distribuía el producto social, como el "derecho" a disponer y usar la mano de obra indígena, para sacarle el jugo. Estar en el poder, era condición para llegar a la riqueza. Era la vía principal, sino la única.

Y... una duda: ¿no estaremos todavía en lo mismo?

Al parecer sí. Fundada la república (1825), el criollaje asume el lugar de los españoles sin mover las estructuras por ellos creadas. De ahí que la historia del país se llene de golpes y asaltos al poder y, que los grandes hombres, que llenan las páginas de nuestra historia, se hacen y aparecen en las batallas y zafarranchos por tomar el poder. Ocurría, que si los de aquí tomaban el poder y se enriquecían, los de allá se llenaban de santa furia por no ser ellos los beneficiarios del mismo organizándose para desplazarlos, mientras, que los de más acá soñaban en hacerse fuertes para también acceder a esta gloria. A esta vía regia de ascenso social y riqueza: el control del patrimonio del estado.

Ocurrió que finalizada la Guerra del Chaco (1932- 1935), entre los señores feudales (los dueños de haciendas y sus secuaces) se pone de moda el revolucionarismo socialista bajo el influjo del pensamiento de Marx y el nazifascismo. Los mismos, que astutos, extienden sus ideas a la chusma y embaucan al liderazgo popular. El proceso empieza con el "socialismo militar", orientándose inmediatamente a la estatización de la economía. Y, cobrando plenitud con la Revolución de 1952, encabezada por Paz E. Al que le siguen, en la misma línea básica, sus sucesores militares, incluido el general Banzer y el nacionalista García Mesa. El proceso parece tener un alto con la "NEP" del Paz E. de los años 85 del siglo pasado. Para luego cobrar mayor brío y vuelo con el actual régimen. El resultado de tanto afán, es que la economía del país termina en manos de los políticos gobernantes y a su beneficio antes que a beneficio de la población, manteniendo al país en el atraso y la pobreza.

Total, aunque usted no lo crea, la ideología del populismo socialista engrana perfectamente con la práctica colonial del saqueo del producto social y el patrimonio público desde el poder y a beneficio de los detentadores del mismo. Es más, al agrandar el sector estatal de la economía, al poner más empresas en manos del gobierno, agrandar el Presupuesto General de la Nación e intervenir el mercado acrecienta la magnitud del botín de saqueo, a disposición de los grupos de vocación oligárquica. Y, con un plus adicional, la prosperidad de la corrupción, al punto de llevarnos a los primeros lugares del ranking mundial de este mal. A la vez que reafirma la cultura política colonial. Ésa que parte de la idea de que el poder sirve para el enriquecimiento de la autoridad, por encima de la ley y la moral. Impresionante. Peor no podía ser el rol que en la práctica asume en el país la ideología inspirada en el humanismo revolucionario de Marx.

Bien, volviendo al tema de la violencia social y política. Bajo estas condiciones estructurales, las luchas por acceder a los beneficios del poder no podían ser poca cosa en el escenario nacional. Ya que, no pocos se sentiran dignos de ser también beneficiarios de la tradición de asalto a los recursos públicos. ¡Por qué sólo los grandes y tradicionales q'aras!, decían los q'aras segundones del 52. Y, ¿por qué sólo los q'aras!, dicen los t'aras de hoy. Ya un ex Vicepresidente, t'ara, decía en pose de amauta, sobre un comentario referido a cómo se había ampliado la corrupción a los municipios indígenas: Está bien pues, es nuestra gente, que roben.

No es exagerado decir que la política en el país viene definida por una secuencia de pugnas por acceder al poder por encima de ideologías, posturas y dogmas enarbolados como pantalla por derechistas, izquierdistas, nacionalistas, internacionalistas, revolucionarios y reaccionarios, t'aras y q'aras para ocultar sus verdaderas intenciones y arrastrar a las masas tras de sus afanes.

Y, no podía ser de otra manera, cuando de la pelea política depende el acceso a la riqueza y hasta a la supervivencia. ¿Quién le haría asco a pintar paredes, trompearse con los contrincantes, bloquear calles y caminos, maldecir a los ministros, al presidente y al imperio, aguantar los bastonazos de los policías, lamer las canillas del líder, inscribirse en los partido en alza, leer a Marx, etc., etc. con tal de coger una diputación, un ministerio o una prefectura, o siquiera una peguita en la aduana? ¿Más aún cuando hay tan pocas oportunidades de encontrar empleo en el esmirriado aparato productivo? ¿Cómo, sino, encontrar un buen empleo en una economía atascada, de características todavía precapitalistas y rudimentarias, donde el principal empleador, el estado, pone por condición de acceso a un empleo el ser pariente de algún capo dirigente del partido (al alcance de pocos) o un largo proceso de militancia activa en campañas electorales idolatrando a un rufián hecho candidato...? La respuesta es: sólo haciendo carrera en la política, desde el colegio, en la comunidad o el barrio o el sindicato. De ahí que la gente más inteligente piense en la política antes que en cualquier oficio o profesión, y más aún cuando esto implica años de esfuerzo y disciplina para alcanzar un título, que mayormente no sirve más que para motivar la farra de la ch'alla.

El conflicto social político es natural a los estados que se hacen dueños del aparato productivo. A los de economía estatizada. Donde el reparto de la riqueza depende del acceso al poder y de la fuerza con la que se pueda presionar a las autoridades. Situación, más o menos sostenible cuando el estado goza de buenos ingresos y una economía en aceptable estado. E insostenible, cuando bajan los ingresos estatales y la economía decae. Los de la izquierdista UDP (1982 â€" 1985) saben mucho de esto.

Y, por esto mismo, es que a este tipo de estado le es natural la concentración del poder en el Ejecutivo y, dentro del ejecutivo en el Jefe de gobierno, así como el desarrollo de un gran aparato de represión a fin controlar, como fuera, a los descontentos y a la oposición que querrá aprovecharse de ellos para hacerle imposible la gobernabilidad. De ahí mismo la instalación de una gran aparato de ideologización de las masas, capaz de meterles mula al punto de hacerles ver que van bien cuando van rodando cuesta abajo a la miseria. Para que piensen que es justo y necesario pasar apuros y miserias, cuando se le está poniendo el hombro a un gran líder que interpreta los sagrados intereses de la nación y los sectores sociales populares e indígenas, así como a un macanudo proceso revolucionario.

Por el otro lado. Lo que no va con una economía estatizada, donde el reparto de la riqueza social depende del poder (como no podría ser de otra manera) es mantener las formas democráticas y el respeto a las leyes y a los derechos humanos y a cosas como la libertad de información y expresión, el pluralismo político, la independencia de poderes, etc. Porque en ese caso, al gobierno le sucederá lo que le paso al Dr. Hernán Siles, empeñado en hacer revolución desde la democracia. Un líder de la izquierda, que termina en una patética tragedia a beneficio de la vieja oligarquía, que retorna al poder con apoyo popular. ¡Diablo, para quién trabajas!

Si los bolivianos queremos vivir en paz, debemos sacar la economía de manos del estado. No existe otra opción. Lo confirma, lo que le viene pasando al gobierno de Evo Morales, enfrentado crecientemente a las mismas organizaciones sociales y líderes que lo han llevado al poder. No se trata de ideología ni de mala fe, sino de una costumbre vieja en Bolivia, heredada de la colonia española, y asentada en las condiciones estructurales de una economía estatizada. Contra esto no existe cura, ni en el recetario marxista ni en el indigenista, salvo el totalitarismo a la cubana o el estilo estalinista.

Pero esto no habrá de caber en la mentalidad ebria de consignas de la izquierda enajenada.

Cordialmente,

Tito Pedro Reynaga

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(1) Luis Fernando Ortiz Daza
lufo69@yahoo. com

La violencia como método de solución a conflictos está haciendo de Bolivia el Estado con mayor índice de enfrentamientos entre hermanos. Todos los días somos testigos de ataques de un grupo a otro por diferentes motivos, que van desde la pelea por una parada de transporte público hasta la lucha política por espacios corporativos de poder político. En medio tenemos la toma de instituciones públicas o privadas, la toma de predios o lotes de mafias organizadas en todo el territorio nacional, y como corolario la conformación de grupos armados de autodefensa propugnados desde el oficialismo y la oposición.

La inseguridad ciudadana está en una vorágine de violencia sin parangón, asesinatos con arma blanca y armas de fuego son noticia de todos los días, secuestros, violaciones, violencia de género, abuso de menores, trata de personas, tráfico de órganos, linchamientos, ajusticiamientos, trabajo infantil, abuso de personas de la tercera edad, accidentes de tránsito por negligencia de empresarios del transporte público y de chóferes con salarios de hambre, por último la corrupción, como otra forma de violencia apañada desde los estrados judiciales y de los otros poderes del Estado.

Una violencia que debe ser denunciada y que es también promovida por el Estado como lo es el famoso Thinku, que en una localidad se ha llevado dos vidas. El Thinku como paradigma de la violencia entre congéneres parece ser el "encuentro natural de la violencia" para resolver conflictos y que parece haber hecho carne en todos los bolivianos.

La violencia es un comportamiento deliberado y conciente, que puede provocar daños corporales o mentales a cualquier víctima. El término proviene del latín violentia y está vinculado a la acción que se ejecuta con fuerza o brusquedad, y que se concreta contra la voluntad o el gusto del prójimo. Generalmente se la ejerce contra un sujeto pasivo, como en el caso del abuso machista contra las mujeres en distintas sociedades. En el ámbito social y en el caso de Bolivia la sociedad se ha convertido en sujeto pasivo y activo de la violencia, ante la ausencia de Estado se recurre a la agresión para conseguir demandas que vayan a paliar la pobreza de gentes que no ven otra salida a su situación.

La violencia tiene orígenes de diversa índole, como ser el origen biológico de la violencia humana a partir de la evolución. Los estudios de los etólogos en primates no humanos y las técnicas de imagen están permitiendo explicar el lado oscuro de la naturaleza humana. ¿Por qué surge la violencia entre los seres humanos? ¿Está la agresividad inscrita en nuestro código genético? ¿Qué podemos hacer para evitar que el hombre siga siendo, como dijo Hobbes, un lobo para el hombre?

Konrad Lorenz propuso que la agresividad era un instinto natural del hombre, una herencia genética de nuestros antepasados simios. Sin embargo, estudios más recientes que han llevado a cabo los etólogos con primates han demostrado que incluso entre estos animales, la agresividad no puede entenderse como un mecanismo automático o una programación inevitable.

La violencia de acuerdo a los estudios en primates, no es la única forma de resolver conflictos, además, se ha descubierto que aun cuando estalla la guerra, en muchos casos, los chimpancés y otros monos acaban reconciliándose con abrazos, besos y caricias. En algunos casos, los monos superiores del grupo incluso actúan como mediadores, animando a los adversarios a superar sus diferencias.

Los neurólogos, han identificado algunas de las regiones cerebrales involucradas en la regulación de las emociones. Se señala que no todas las personas son capaces de controlar impulsos como la ira y la agresividad de la misma manera. Esto no quiere decir que se nace violento, sino que una combinación de factores genéticos e influencias sociales forjan una estructura cerebral que es más o menos capaz de controlar las emociones agresivas.

Atreviéndonos a hacer un ensayo sobre el origen político de la violencia, la raíz está en el uso de grupos sociales hambrientos y desesperados para hacerse del poder y del control de los recursos económicos. Estos grupos formados para ser violentos como sujetos activos y paradójicamente como sujetos pasivos, son los que reciben y dan las agresiones que llevan inclusive a la muerte.

Si bien el Gobierno ha recurrido a métodos violentos para hacerse del poder y que en su momento pueden haber sido legítimos ante el abuso y violencia de otro poder, esto no justifica que en la actualidad se siga propugnando la violencia como método de resolución de conflictos. Podemos citar ejemplos: el cerco al parlamento para aprobar las reformas al nuevo texto constitucional, la conformación de grupos armados de autodefensa en Caranavi y Alto Beni a manos de un Senador de la República, movimientos sociales soliviantados por el MAS, como son los Sin Techo, Los sin Tierra y muchos "Sin" que son la mayoría.

Grupos pro oficialistas que no dejan manifestar oposición en la sede de gobierno, estos grupos recurren a palos contra a candidatos y ex mandatarios, últimamente los mineros serviles (algunos) atacan a dinamitazos a fabriles y maestros, la amenaza permanente a los pueblos que optaron por una forma distinta de Estado, la persecución político â€" judicial y traslado de personas secuestradas y encarceladas sin debido proceso a la sede de gobierno.

Y debemos ser justos también, la violencia sin tregua de los grupos para cívicos que en franca guerra quisieron conscientemente derrocar a un gobierno legítimamente constituido, hordas de bárbaros violentos que tomaron instituciones del Estado, que a palos rompieron el alma a cuanto colla o indígena sospechoso de ser oficialista. Mención aparte merece la conformación de un grupo irregular al mando de supuestos terroristas en defensa de Santa Cruz. Sin olvidar a quienes torturaron y humillaron a campesinos en la capital Sucre. Así la espiral sigue en franco movimiento y mientras no haya justicia seguiremos lamentando muertes y heridos.

Es hora que el gobierno nacional, gobiernos departamentales, municipales y gobiernos locales, además de organizaciones sociales propugnemos la paz duradera en base a la consolidación del sistema judicial independiente y que sea capaz de impartir estado de derecho sin dependencia partidaria y de intereses mezquinos.

El gobierno debe ser el articulador de las propuestas de paz y dejar el discurso de la confrontación con acusaciones sin fundamento, dejando de lado también el discurso aleccionador hacia sus bases.

Los opositores de cualquier bando deben mostrar una actitud de defensa de los derechos humanos y las defensorías del pueblo y asamblea permanente de los derechos humanos deben dejar de ser funcionales a intereses políticos.

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