martes, 13 de septiembre de 2011

Jacobinos

Amalia Gonzalez Riveros
g.riveros47@hotmail.com
Los jacobinos gobernaron Francia desde junio de 1793 hasta julio de 1794. Durante ese breve periodo, los jacobinos franceses guillotinaron a todos los que supusieron sus opositores y cuando se les terminaron los enemigos, unos jacobinos comenzaron a guillotinar a otros jacobinos.

Ante esa visión de un grupo político que primero ajusticia a los enemigos y después a los amigos, no puedo menor que asombrarme ante la lucidez profética de un político oficialista que, mucho antes del Tipnis, ya se llamó a sí mismo el último jacobino.

La historia del actual partido en el gobierno es, pasando por el cedazo de la bolivianidad, una especie de jacobinismo light. Como decía Marx, la historia se repite, primero como tragedia y luego como como farsa. Los franceses pusieron la tragedia en 1789, ahora a nosotros nos toca el resto.

Como en Francia, también aquí los jacobinos son montañeses, pero en nuestro caso porque provienen de las alturas aymaras del kollao altiplánico. Por supuesto, tenemos nuestros propios girondinos que vienen, claro, de la burguesía provincial: los cambas, la media luna y los políticos de la "derecha" neoliberal dueños de vacas y tierras en el oriente del país. Los primeros jacobinos guillotinaron a sus girondinos, aquí no llegamos a tanto y nos conformamos con meterlos presos o exiliarlos.

La radicalidad y el centralismo une a ambos jacobinismos, aunque en nuestro caso es una radicalidad más retórica, de balconada populista, de discurso en ampliado sindical. Nuestro centralismo es, eso sí, tan genuino y sentido como el de los primeros jacobinos, aunque aqui hayamos tenido que transar en las formas y aceptar una autonomía que transgredimos todos los días.

Ellos tuvieron su "Comuna" y nosotros la nuestra, claro que no hay punto de comparación. Si la práctica es el criterio de la verdad, como también decía Marx, nuestra Comuna es una mentirijilla.

En sus fantasías nocturnas, el segundo hombre de nuestro Estado se imagina a sí mismo como Robespierre, aunque quizás se parezca más a Saint-Just. Nuestro Billaud-Varenne es un conocido ex defensor de los derechos humanos, mientras que nuestro Dalton es un senador potosino, dueño de un carácter moderado y contemporizador que lo ha llevado al limbo de los malos masistas y a ser un paria en su propia bancada. Tenemos, como no, nuestros hebertistas. Son, salvando las distancias, dos ex viceministros, uno de tierras y el otro, bajito, de planificación, que poseen sus propios radicalizados acólitos y que nos sirven, sobre todo, para hacer buena la máxima de que siempre hay alguien más extremista.

Los indígenas de las tierras bajas son los centenares de jacobinos guillotinados (en nuestro caso por ahora sólo metafóricamente) por los mismos a los que antes habían ayudado a llegar al poder. Los bloqueadores interculturales son el pueblo de París que acudía gozoso a la plaza a ver funcionar la guillotina y a aplaudir cuando rodaban las cabezas. Yucumo podría ser la Plaza de la Concordia.

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